lunes, 30 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA.

                                                        ©JOSÉ CORRALES ARDILA, 2013

PRÓLOGO
24-07-2010

Soy el más pequeño de ocho hermanos, nací el veinte de mayo de mil novecientos cuarenta, en la posguerra. Este año, 1940, se le llama el año de la hambre, gracias a dios a mi familia no le afectó demasiado porque teníamos la huerta y nos alimentábamos de todo lo que producía, como el maíz, que era una de las bases fundamentales. Mi madre, como ella lo sembraba, todos los años molía en el molino un par de talegos para que no faltase en los duros días de inviernos. Con la harina de maíz se hacían unas gachas y tortas que fueron las que salvaron a muchas personas de pasar hambruna; a esas gachas se les llamaba frangollos. Además nosotros siempre sembrábamos boniatos, patatas, pimientos, berenjenas, tomates, todo lo que se puede sembrar en una huerta, teníamos árboles frutales de toda clase. Mi madre iba muchas veces a vender con una burra que teníamos a Prado del Rey, a Ubrique, que eran los pueblos más cercanos, por eso no lo pasamos demasiado mal, con necesidades pero se aguantó aquellos malos tiempos. Mis hermanas  además de hacer la faena de la huerta trabajaban en la calle para ganar algún dinero para sus ropas y sus cosas, también para comer en la época que la huerta no daba nada, cogiendo garbanzos, escardando trigo, cogiendo aceitunas. Estoy orgulloso de cómo fueron mis hermanos, pero la base principal fue que tuvimos una madre que supo manejar el timón. Se quedó viuda con ocho hijos y a todos supo llevarnos por el mejor camino, respetuosa, trabajadora y recta, merecedora de algo que le inmortalizara.   
Tuve una infancia inmejorable, como el benjamín de la familia que era, me crie entre la naturaleza, con un río maravilloso en el que antes se podía beber tranquilamente que no pasaba nada, no había contaminación. En las vegas, junto al rio, había muchos chopos; recuerdo que las mañanas de invierno se pegaba una niebla espesa en el río sobre todo en las mañanas de noviembre, diciembre, enero y febrero, que son los meses más invernales, había una humedad muy normal, se respiraba un aire puro y natural. En la primavera y parte del verano, en aquellas inmensas choperas, se escuchaba el canto de la Oropéndola, pájaro que anidaba en los arboles más agigantados. La Oropéndola posee unos colores vivos, en la hembra son verdes, amarillos y gris, muy bonitos; en  el macho los colores son amarillo, muy brillante, alas y dorso negro.
Oropéndola
Voy a contar esto porque es curioso. Un hermano de mi madre, mi tío Miguel, me decía: “Pepito, escucha con atención el canto de la pareja de esos pájaros, son oropéndola, veras lo que dicen: el macho dice: “pícaro viejo, yo me como la breva y tú el pellejo”, y la hembra contesta: “te quería”. Y es verdad, yo era un crío y me tiraba ratos escuchando y era propio sin dudar. Si alguna vez tenéis la curiosidad de querer escucharles cantan mucho en los meses de junio, julio y agosto por la parte de Las Hazuelas; también por la parte más arriba del Pontón, siempre cerca del rio donde están los arboles más espesos, como por ejemplo las choperas y casi siempre en los chopos más esbeltos, seguro las escucharas. Yo las escuchaba entonces desde mi casa, en el Huerto del Río, pero como esa parte está ahora más frecuentada por las personas pues se van a los sitios más tranquilos. Las oropéndolas son casi del tamaño de los mirlos, hacen los nidos de forma de canasto, colgado por el asa, por eso creo que se llaman ese nombre porque penden de la rama como si fuera un péndulo.
Recordando todas estas cosas algunas veces te sientes apenado, de aquella infancia, de aquella adolescencia, de aquella juventud, aunque teníamos necesidades pero te pones a pensar y, aquella libertad era diferente a la de ahora. Cierro los ojos y veo el Huerto del Río como era entonces y su entorno, me recuerda un paraíso.
A pesar de mi minusvalía, he sido una persona trabajadora, luchadora, ahorradora, pensando siempre en el bienestar de mi casa, que no le faltara de comer a todos los que estuviesen a mi cargo, que tuviesen un trapo que ponerse. La madre de mis hijos también puso su gran parte y toda su fuerza necesaria para que todo saliera adelante. Creo que la suerte me acompaño pero el sacrificio lo es todo.
Parece ser que alguien me animaba para sacar fuerzas de flaqueza, nunca me he abandonado, siempre me he inventado algo para tirar por el camino más corto y más justo, a pesar de ponerme la vida muchas trabas.
Yo no soy nadie para hacer mi propio juicio, el pueblo es sabio, ese es el que tiene el  veredicto. No sé de qué clase de madera soy, lo que sí puedo jurar, que del árbol que salió esta rama fue de una mujer completa, recta, cumplidora, trabajadora, que se supo enfrentar a lo bueno y a lo malo. Se quedó viuda muy joven, yo era muy pequeño por eso de mi padre puedo contar bien poco aunque por lo que me contaba ella fue un gran hombre. 
José Corrales Pérez, mi padre.
Como dije antes, no se dé que madera soy, yo no puedo decir si es buena o mala, yo no me puedo juzgar, sería injusto, lo que sí, conforme valláis leyendo, veréis las virutas que he ido dejando en la trayectoria de mi vida. 

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