©JOSÉ CORRALES ARDILA, 2013
PRÓLOGO
24-07-2010
Soy el más pequeño de ocho hermanos, nací
el veinte de mayo de mil novecientos cuarenta, en la posguerra. Este año, 1940,
se le llama el año de la hambre, gracias a dios a mi familia no le afectó
demasiado porque teníamos la huerta y nos alimentábamos de todo lo que
producía, como el maíz, que era una de las bases fundamentales. Mi madre, como
ella lo sembraba, todos los años molía en el molino un par de talegos para que
no faltase en los duros días de inviernos. Con la harina de maíz se hacían unas
gachas y tortas que fueron las que salvaron a muchas personas de pasar
hambruna; a esas gachas se les llamaba frangollos. Además nosotros siempre sembrábamos
boniatos, patatas, pimientos, berenjenas, tomates, todo lo que se puede sembrar
en una huerta, teníamos árboles frutales de toda clase. Mi madre iba muchas
veces a vender con una burra que teníamos a Prado del Rey, a Ubrique, que eran
los pueblos más cercanos, por eso no lo pasamos demasiado mal, con necesidades
pero se aguantó aquellos malos tiempos. Mis hermanas además de hacer la faena de la huerta
trabajaban en la calle para ganar algún dinero para sus ropas y sus cosas,
también para comer en la época que la huerta no daba nada, cogiendo garbanzos,
escardando trigo, cogiendo aceitunas. Estoy orgulloso de cómo fueron mis hermanos,
pero la base principal fue que tuvimos una madre que supo manejar el timón. Se
quedó viuda con ocho hijos y a todos supo llevarnos por el mejor camino, respetuosa,
trabajadora y recta, merecedora de algo que le inmortalizara.
Tuve una infancia inmejorable, como el
benjamín de la familia que era, me crie entre la naturaleza, con un río
maravilloso en el que antes se podía beber tranquilamente que no pasaba nada,
no había contaminación. En las vegas, junto al rio, había muchos chopos;
recuerdo que las mañanas de invierno se pegaba una niebla espesa en el río sobre
todo en las mañanas de noviembre, diciembre, enero y febrero, que son los meses
más invernales, había una humedad muy normal, se respiraba un aire puro y natural.
En la primavera y parte del verano, en aquellas inmensas choperas, se escuchaba
el canto de la Oropéndola, pájaro que anidaba en los arboles más agigantados.
La Oropéndola posee unos colores vivos, en la hembra son verdes, amarillos y
gris, muy bonitos; en el macho los
colores son amarillo, muy brillante, alas y dorso negro.
Oropéndola |
Voy a contar esto porque es curioso. Un
hermano de mi madre, mi tío Miguel, me decía: “Pepito, escucha con atención el
canto de la pareja de esos pájaros, son oropéndola, veras lo que dicen: el
macho dice: “pícaro viejo, yo me como la breva y tú el pellejo”, y la hembra
contesta: “te quería”. Y es verdad, yo era un crío y me tiraba ratos escuchando
y era propio sin dudar. Si alguna vez tenéis la curiosidad de querer escucharles
cantan mucho en los meses de junio, julio y agosto por la parte de Las Hazuelas;
también por la parte más arriba del Pontón, siempre cerca del rio donde están
los arboles más espesos, como por ejemplo las choperas y casi siempre en los
chopos más esbeltos, seguro las escucharas. Yo las escuchaba entonces desde mi
casa, en el Huerto del Río, pero como esa parte está ahora más frecuentada por
las personas pues se van a los sitios más tranquilos. Las oropéndolas son casi
del tamaño de los mirlos, hacen los nidos de forma de canasto, colgado por el
asa, por eso creo que se llaman ese nombre porque penden de la rama como si
fuera un péndulo.
Recordando todas estas cosas algunas
veces te sientes apenado, de aquella infancia, de aquella adolescencia, de
aquella juventud, aunque teníamos necesidades pero te pones a pensar y, aquella
libertad era diferente a la de ahora. Cierro los ojos y veo el Huerto del Río
como era entonces y su entorno, me recuerda un paraíso.
A pesar de mi minusvalía, he sido una
persona trabajadora, luchadora, ahorradora, pensando siempre en el bienestar de
mi casa, que no le faltara de comer a todos los que estuviesen a mi cargo, que
tuviesen un trapo que ponerse. La madre de mis hijos también puso su gran parte
y toda su fuerza necesaria para que todo saliera adelante. Creo que la suerte
me acompaño pero el sacrificio lo es todo.
Parece ser que alguien me animaba para
sacar fuerzas de flaqueza, nunca me he abandonado, siempre me he inventado algo
para tirar por el camino más corto y más justo, a pesar de ponerme la vida
muchas trabas.
Yo no soy nadie para hacer mi propio
juicio, el pueblo es sabio, ese es el que tiene el veredicto. No sé de qué clase de madera soy, lo
que sí puedo jurar, que del árbol que salió esta rama fue de una mujer completa,
recta, cumplidora, trabajadora, que se supo enfrentar a lo bueno y a lo malo. Se
quedó viuda muy joven, yo era muy pequeño por eso de mi padre puedo contar bien
poco aunque por lo que me contaba ella fue un gran hombre.
José Corrales Pérez, mi padre.
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Como dije antes, no se dé que madera soy, yo no puedo
decir si es buena o mala, yo no me puedo juzgar, sería injusto, lo que sí,
conforme valláis leyendo, veréis las virutas que he ido dejando en la
trayectoria de mi vida.
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