viernes, 6 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 3. De El Bosque a Barcelona.

Un día vino un muchacho a pedir trabajo al taller de Diego Castro, donde yo trabajaba, se lo dieron y nos hicimos amigos, llegamos a tener bastante amistad, este era y sigue siendo José Rodríguez Dorado. Un día me dice “Pepe, te vienes a Barcelona a trabajar”, le dije que sí. Me fui a la ventura, sin colocación ni nada, lo hice con la idea de mejorar mi situación para ir pensando en lo que todos los hombres creo que pensamos con esa edad, en tener tu hogar, tu mujer y tus hijos. Ya Dorado había estado trabajando con anterioridad y conocía más o menos aquello; arreglamos las maletas y emprendimos una nueva aventura. Un siete de julio de mil novecientos sesenta y seis llegamos a Sevilla, el tren salía a las siete de la tarde, a ese tren le decían aquí en Sevilla El Catalán y en Barcelona El Sevillano. Salimos de Sevilla a las siete de la tarde, toda la noche y todo el día, llegamos a las once de la noche del día siguiente. Los autobuses ya no funcionaban, tuvimos  que alquilar un taxi para que nos llevara a Hospitalet al piso donde íbamos a vivir, descansamos y al otro día no encontramos trabajo, todo el día para arriba y para abajo y nada, ya empezaba uno a desmoralizarse porque sólo me quedaban cien pesetas, que eran unos billetes que había, para colmo entré al servicio y se me perdió la cartera, menos mal que era en el bar que parábamos los de El Bosque, me parece que fue Pepe Vázquez, o el hermano Juan, quien me conoció por el carnet de identidad y me dio la cartera. Al día siguiente tuvimos que recurrir a un prestamista, ya Dorado había trabajado con ellos. Los prestamistas eran unas gentes que tenían como unas sociedades o grupos que comerciaban con los trabajadores, tenían unas oficinas, tu ibas te pedían tus datos  y ellos estaban en contacto con las empresas y tu ibas donde te mandaban, te decían: “vaya usted a tal sitio a tal hora”, y los sábados te pasabas por la oficina a cobrar, recuerdo que a estos prestamistas les decían Sabater.      
                            
En el parque Güell de Barcelona

Buscamos un nuevo piso donde vivir, era un sobreático, sétima planta, parábamos cuatro: Dorado, Rafael Castellano, un Cordobés y yo. Esos prestamistas nos mandaron a Dorado y a mí a una empresa que se llamaba Cubiertas y Tejados, parábamos en Hospitalet y la empresa estaba en Barcelona en Fabra y Puig, la última estación del metro. Nos teníamos que levantar a las seis de la mañana para empezar a trabajar a las ocho, primero cogíamos el autobús después el metro en Santa Eulalia, de Santa Eulalia a  Fabra y Puig, había que atravesar toda Barcelona. El primer día de trabajo estábamos como gallina en corral ajeno pero con el tiempo fuimos conociendo compañeros y demás. Trabajé en carpintería pero la vida de la ciudad es vivir siempre sobresaltado, salías de noche y entrabas igual, cenabas y ya tenías que preparar el almuerzo para el día siguiente, te lo llevabas preparado del bar donde comías porque sino no te daba tiempo a nada. Si perdías el autobús o el metro ya llegabas tarde al trabajo, si picabas al entrar a la fabrica cinco minutos más tarde te descontaban una hora, era un agobio continuo; muchas veces no había autobús, ni metro, te pegabas unas pechas de andar que llegabas con ganas de acostarte sin cenar.
Al poco tiempo, ese señor del bar que se llamaba Pedro tenia un piso que alquilaba y el hermano de Dorado, Paco, trabaja con él de camarero. El piso tenía tres habitaciones y nos fuimos los tres, mejor dicho, nos fuimos Dorado y yo, Paco ya estaba allí. Nos vino todo mucho mejor, todo lo teníamos en el mismo bloque; como Paco abría de madrugada le decíamos por la noche lo que queríamos para el almuerzo y él nos lo preparaba, así no teníamos nada más que cogerlo  y a huir.
Poco a poco conocí gentes, recuerdo que yo tenía un reloj y la correa tenía los colores del Barcelona, azul y grana, y este tal Pedro me levantaba el brazo y decía: “mirad un Andaluz del Barça”. Al poco tiempo de estar en el taller nos mandaron a trabajar fuera, al parque de atracciones de Montjuic, más lejos todavía y no sólo eso, si no que tenías que subir unas escaleras que parecía que nunca se iban a acabar y todo esto zumbando para no llegar tarde, me puse más fuerte pero delgado como un lápiz.   

De paseo por Barcelona.
Una tarde, a la vuelta del trabajo, nos enteramos que en la estación del metro de la plaza España habían chocado un metro y un tren, no había ni taxis ni autobuses, todo ocupado, yo vi como a dos autobuses se le rompían las lunas de atrás de las gentes que se metían, yo me asusté y le dije a Dorado: ¡nos vamos andando!;  fuimos mirando si había algún taxi, pero nada, anduvimos por lo menos ocho o diez kilómetros. Dorado fue un gran compañero en todo, los dos emigramos a Barcelona con la idea de ahorrar algún dinero para el día de mañana tener tu hogar como todo el mundo, él era, y seguirá siendo, un hombre que no malgastaba los dineros, yo seguí por ese mismo camino; a él le gustaba el deporte más que nada, principalmente el fútbol, de hecho jugaba en un equipo federado de Hospitalet,  jugaba bastante bien, claro, yo como compañero a todos los sitios que iba allí estaba yo, me hicieron socio del equipo y a todos los desplazamientos iba con él, se compró una cámara de foto y durante los partidos yo le sacaba fotografías en blanco y negro, todavía no las había de color, pero había algunas fotos que se las hice yo muy buenas, algunas las conservará.
Una  vez ganaron un trofeo y la directiva organizó una fiesta, invitaron a todos los socios y asistí como socio que era. Lo que pasa en las fiestas, empezaron algunos a cantar y dijo Dorado: “este canta bien”, me hicieron cantar, cante una, otra y otra, me escuchó el presidente del equipo y me quiso llevar a radio Miramar a un concurso que había de cante, me dijo: “chaval, tu cantas bien si quieres te presento a este concurso”, pero yo fui siempre muy tímido y no quise.
 Pepe y Dorado.
Ahorrar mucho dinero no pude, se ganaba más que por aquí pero no compensaba, los gastos eran más. Las cosas todas mas caras, además yo estuve sólo seis meses, me compré ropa quizás traje en dinero unas tres mil pesetas. Los gastos que tuve fue en la comida, una vez que otra que fuimos al cine y tres veces que fui a ver el futbol al Nou Camp. Fui a ver el Barça- Sevilla, Barça–Córdoba y al primer trofeo Joan Camper que fue en el año 1966, fueron cuatro equipos: Barça, Nantes Francés, Anderlecht de Bélgica y el Colonia de Alemania. El 30 de agosto el Barcelona de Roque Olsen  inauguro el Trofeo venciendo al Anderlecht por el tanteo de 2-1, primer gol a los nueve minutos marcado por Fuste después marco Zaldúa. Al día siguiente jugaron el Nantes y el Colonia venciendo los Alemanes en la prorroga por 3-2. Para tercer y cuarto puesto ganaron los Belgas por un contundente resultado de 7-0, la final la ganó el Barça al Colonia por 3-1, marcaron Rifé, Fuste y Vidal. Un partido buenísimo, muy duro por parte de los Alemanes, de hecho Rife salió lesionado y tuvo que pasar por quirófano.          
De estas cosas fueron las que disfruté, lo demás mucho trabajo, inquietud y ese estrés de la ciudad. En el parque de atracciones estuvimos  un par de meses, después fuimos otra vez al taller pero al mes, más o menos, nos dicen que había poco trabajo y nos despidieron a cuatro: dos Gallegos, Dorado y yo. Posteriormente nos mandaron al hospital San Pablo que tenía talleres propios de carpintería, electricidad y fontanería. Estando allí algunas cosas nos fueron mucho mejor, una de ellas fue que ya no nos preocupábamos de tener que llevar la comida porque habían trabajado dos cordobeses, padre e hijo, y nos enseñaron un bar cerquita del trabajo que daban comidas, nos gustó y allí almorzábamos. Teníamos una hora y media libre para comer, había en la puerta de donde trabajábamos una explanada grande y mientras llegaba la hora jugábamos al futbol. Recuerdo un día estando jugando que uno tenía un pantalón vaquero y en el bolsillo de atrás tenía una caja de cerillas, hizo una  chilena y al caer se le incendiaron, cuento esto como una anécdota curiosa.
Pues en dicho hospital había unos pabellones grandísimos y de altura tendrían unos siete metros, me mandaron a poner ventanas, ¡no veas a esa altura!. Tenían unos andamios que le decían púlpitos, eran de hierro cuadrados y arriba tenían un entarimado con su barandal, ¡muy bien!. Por un lado tenía las escaleras así que échate la ventana al hombro, en la cintura una correa cargada con martillos, destornilladores, tenazas, cepillos, agarrado con una mano subía paso a paso, con más miedo que vergüenza, muchas veces pensaba: “si me caigo no veo mas a mi pueblo ni a mi gente nunca más”; pero nunca dije esto no lo hago yo por temor que me dijeran: “pues esto es lo que hay”- Esos fueron los trabajos más duros, después en el taller ya eran trabajos diferentes y no tan peligrosos, por este taller fue por el último que pasé, aprendí cosas que ignoraba, es lógico, y vi cosas que a lo mejor  no las hubiese visto nunca. Estando trabajando en este sitio todos los día pasamos por la puerta de la Sagrada Familia, es una catedral  muy bonita.

Pues así paso el tiempo, se fue aproximando la fecha de volver, fue por la Navidad del mismo año, estuve solamente seis meses, cuando faltaba poco concertamos el día que íbamos a volver, Dorado se preocupó por sacar los billetes de tren con antelación, sacó tres billetes para nosotros dos y un compañero que ya hace tiempo se fue de entre nosotros, este compañero era Juan García Padrones, no se que fue lo que le pasó pero no pudo venir. Dorado vendió el billete en la estación y recuperó su dinero. Cogimos el tren en Barcelona para Sevilla con mucha alegría de volver con los tuyos. Quiero contar otra  anécdota que me ocurrió, fue una coincidencia de esas que se dan en la vida. Viajábamos de madrugada, Dorado y yo veníamos en el tren en segunda categoría y no había ni agua ni corriente eléctrica, cogimos un pasillo muy largo para irnos a primera  haber si podíamos lavarnos un poco y afeitarnos, esto fue en Albacete en la estación de Chinchilla. Cuando veníamos de regreso escuché unas voces: “abridme que me mato”, y le digo a Dorado: “escucha, esa es la voz de Corralito”, así fue era Antonio Corrales, la puerta estaba taponada con muchos bultos, sacas de correo, de todo y nos liamos a tirar bultos para atrás y cuando nos vio decía: “me habéis salvado la vida” (…) “¡mira quienes son!”, eso no se lo esperaba él nunca y menos nosotros, nos dio un abrazo que no veas. Él venía de Alemania y se bajó para tomarse algo y comprarle una navaja a Jaime y se quería subir  por el anden contrario, con el frío que hacia y agarrado a los dos tiradores de la puerta pues, ¡figúrate!, se le quedan las manos heladas con la velocidad del tren y sabe dios lo que le hubiese pasado, total después nos reíamos con él porqué decía sus cosas: “ole los cojones de Corralito, una navajita para Jaime”. Dios lo tenga en buen sitio, fue una persona que tenía su humor y sus cosas como todo ser humano.    

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