jueves, 2 de enero de 2014

Bienvenidos...


Hola, soy José Corrales Ardila, pero en mi pueblo y en algunos de la redonda me conocen por Pepito el del huerto río. Hago esta presentación, ya que llevaba tiempo queriendo hacerme un Blog, y ahora que lo tengo os invito para que entréis en él y así conocerme más a fondo como persona. 
Como ya veréis tendré más de un fallo, ya que solo cuento con unos estudios primarios, así que tenéis que perdonarme, procuraré aportar todo lo mejor que tengo...

© José Corrales Ardila

lunes, 30 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA.

                                                        ©JOSÉ CORRALES ARDILA, 2013

PRÓLOGO
24-07-2010

Soy el más pequeño de ocho hermanos, nací el veinte de mayo de mil novecientos cuarenta, en la posguerra. Este año, 1940, se le llama el año de la hambre, gracias a dios a mi familia no le afectó demasiado porque teníamos la huerta y nos alimentábamos de todo lo que producía, como el maíz, que era una de las bases fundamentales. Mi madre, como ella lo sembraba, todos los años molía en el molino un par de talegos para que no faltase en los duros días de inviernos. Con la harina de maíz se hacían unas gachas y tortas que fueron las que salvaron a muchas personas de pasar hambruna; a esas gachas se les llamaba frangollos. Además nosotros siempre sembrábamos boniatos, patatas, pimientos, berenjenas, tomates, todo lo que se puede sembrar en una huerta, teníamos árboles frutales de toda clase. Mi madre iba muchas veces a vender con una burra que teníamos a Prado del Rey, a Ubrique, que eran los pueblos más cercanos, por eso no lo pasamos demasiado mal, con necesidades pero se aguantó aquellos malos tiempos. Mis hermanas  además de hacer la faena de la huerta trabajaban en la calle para ganar algún dinero para sus ropas y sus cosas, también para comer en la época que la huerta no daba nada, cogiendo garbanzos, escardando trigo, cogiendo aceitunas. Estoy orgulloso de cómo fueron mis hermanos, pero la base principal fue que tuvimos una madre que supo manejar el timón. Se quedó viuda con ocho hijos y a todos supo llevarnos por el mejor camino, respetuosa, trabajadora y recta, merecedora de algo que le inmortalizara.   
Tuve una infancia inmejorable, como el benjamín de la familia que era, me crie entre la naturaleza, con un río maravilloso en el que antes se podía beber tranquilamente que no pasaba nada, no había contaminación. En las vegas, junto al rio, había muchos chopos; recuerdo que las mañanas de invierno se pegaba una niebla espesa en el río sobre todo en las mañanas de noviembre, diciembre, enero y febrero, que son los meses más invernales, había una humedad muy normal, se respiraba un aire puro y natural. En la primavera y parte del verano, en aquellas inmensas choperas, se escuchaba el canto de la Oropéndola, pájaro que anidaba en los arboles más agigantados. La Oropéndola posee unos colores vivos, en la hembra son verdes, amarillos y gris, muy bonitos; en  el macho los colores son amarillo, muy brillante, alas y dorso negro.
Oropéndola
Voy a contar esto porque es curioso. Un hermano de mi madre, mi tío Miguel, me decía: “Pepito, escucha con atención el canto de la pareja de esos pájaros, son oropéndola, veras lo que dicen: el macho dice: “pícaro viejo, yo me como la breva y tú el pellejo”, y la hembra contesta: “te quería”. Y es verdad, yo era un crío y me tiraba ratos escuchando y era propio sin dudar. Si alguna vez tenéis la curiosidad de querer escucharles cantan mucho en los meses de junio, julio y agosto por la parte de Las Hazuelas; también por la parte más arriba del Pontón, siempre cerca del rio donde están los arboles más espesos, como por ejemplo las choperas y casi siempre en los chopos más esbeltos, seguro las escucharas. Yo las escuchaba entonces desde mi casa, en el Huerto del Río, pero como esa parte está ahora más frecuentada por las personas pues se van a los sitios más tranquilos. Las oropéndolas son casi del tamaño de los mirlos, hacen los nidos de forma de canasto, colgado por el asa, por eso creo que se llaman ese nombre porque penden de la rama como si fuera un péndulo.
Recordando todas estas cosas algunas veces te sientes apenado, de aquella infancia, de aquella adolescencia, de aquella juventud, aunque teníamos necesidades pero te pones a pensar y, aquella libertad era diferente a la de ahora. Cierro los ojos y veo el Huerto del Río como era entonces y su entorno, me recuerda un paraíso.
A pesar de mi minusvalía, he sido una persona trabajadora, luchadora, ahorradora, pensando siempre en el bienestar de mi casa, que no le faltara de comer a todos los que estuviesen a mi cargo, que tuviesen un trapo que ponerse. La madre de mis hijos también puso su gran parte y toda su fuerza necesaria para que todo saliera adelante. Creo que la suerte me acompaño pero el sacrificio lo es todo.
Parece ser que alguien me animaba para sacar fuerzas de flaqueza, nunca me he abandonado, siempre me he inventado algo para tirar por el camino más corto y más justo, a pesar de ponerme la vida muchas trabas.
Yo no soy nadie para hacer mi propio juicio, el pueblo es sabio, ese es el que tiene el  veredicto. No sé de qué clase de madera soy, lo que sí puedo jurar, que del árbol que salió esta rama fue de una mujer completa, recta, cumplidora, trabajadora, que se supo enfrentar a lo bueno y a lo malo. Se quedó viuda muy joven, yo era muy pequeño por eso de mi padre puedo contar bien poco aunque por lo que me contaba ella fue un gran hombre. 
José Corrales Pérez, mi padre.
Como dije antes, no se dé que madera soy, yo no puedo decir si es buena o mala, yo no me puedo juzgar, sería injusto, lo que sí, conforme valláis leyendo, veréis las virutas que he ido dejando en la trayectoria de mi vida. 

domingo, 8 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 1. Recuerdos de Infancia.

Un veinte de mayo de mil novecientos cuarenta fue la fecha de mi nacimiento. Nací en  los extramuros de El Bosque, mi pueblo, en el sitio llamado Huerto del Río. En este sitio nos criamos toda la familia, por ese motivo nos llaman a todos los del Huerto del  Río. Nosotros fuimos ocho hermanos, cinco hembras y tres varones, por orden así nos llamamos: Francisca, Manuel, Isabel, Laureana, Josefa, Ana Jesús, Francisco y José.

Pepito, con tres meses.

Con la edad de seis o siete años me empezaron unas dolencias, sobre todo en los gemelos. Recuerdo que mi hermana Francisca, que vivía en Las Lomas porque el marido, Daniel Jiménez Olmo, mi ¡intachable! cuñado, trabajaba de cabrero allí. Esta finca es del término de Benaocaz y había que subir todas las cuestas del monte Albarracín hasta llegar a la casa. Yo me di cuenta que alguna anomalía física tenía; subir, subía con mucha dificultad y bajar, era un dolor muy intenso en los gemelos, todos los médicos me diagnosticaban una escoliosis dorsal por motivos de una caída que tuve. Los médicos se equivocaron y nosotros también.
Quiero recordar un caso histórico. El dieciocho de agosto de mil novecientos cuarenta y siete, entonces tenía la edad de siete años, fue la explosión del polvorín de Cádiz, a las diez de la noche. Esa noche estaba yo en Las Lomas, desde este sitio se dominan muchos pueblos y ciudades ya que está por lo menos a 600 metros sobre el nivel del mar, y se escuchó la detonación en el silencio que siempre reina de noche en el campo, se vio la iluminación de la explosión que duró por lo menos seis horas; la mayor catástrofe en Cádiz después del maremoto de mil setecientos cincuenta y cinco.
Cuando cumplí ocho años se me puso un dolor en el costado izquierdo a la altura de la cintura, sería de la escoliosis dorsal que tenía. Yo me ponía la mano porque sentía alivio. Un día me llevó mi hermano el mayor a cazar con el reclamo de perdiz y al volver le comentó a mi madre: “¡mamá, el niño anda con dificultad!”. Entonces me llevaron al medico que había aquí en El Bosque, este médico se llamaba Don José Ruedas, y nos dijo que estaba mal de la columna vertebral. La columna era cierto que tenía una desviación, entonces que ocurre, los comentarios y consejos a mi madre, muchos les decían Ana por qué no lo llevas a Montejaque, un pueblo de la provincia de Málaga, que había un curandero de huesos, que ponía los huesos bien. Pues me llevó, mi madre, que como todas las madres quieren lo mejor para sus hijos, pero no fue cosa muy acertada porque desde donde nos dejaba el autobús de línea, que le dicen el cortijo Las Piletas, hasta el curandero había cuatro o cinco kilómetros, los cuales fui andando con mi hermano y mi madre pero regresar no pude. Tuvo mi madre que alquilar un mulo porque no había ni taxis, ni particulares con coches. Aquel curandero me dio un masaje en la espalda con unas manos grandísimas que tenía y me puso mucho peor.
A raíz de aquello le dijeron a mi madre que en Jerez había un medico muy bueno, traumatólogo, que trabajaba en el Sanatorio Santa Rosalía y Beato Juan Grande, un tal Don José Girón. En aquel momento mi madre empezó a arreglar todos los documentos necesarios, le costó dar muchos pasos, ya que le ponían inconvenientes por todos los sitios. Este Sanatorio era de los Hermanos de la Caridad, eran como frailes, les decían hermanos de San Juan de Dios, salían a la calle a pedir limosnas para poder curar a los niños, a la vez cubrir gastos de médicos, limpiadoras y demás, aunque muchos médicos trabajaban gratis. Allí sólo entraban niños y niñas menores de cierta edad, yo no estuve ingresado, iba me visitaban y cada dos o tres meses volvía a consulta. Este medico me dijo que tenia una “escoliosis dorsal lumbar”, mi madre en aquel entonces se gastó un dinero curioso en mi; cada vez que iba a consulta me ponían boca abajo y me echaban el yeso en la espalda para que tomara la moldura del cuerpo. Así estuve dieciocho meses, en cama dura, una tabla con una manta sobre la tabla y acostado sobre ese yeso, así estuve todo ese tiempo. Creo que fue el peor tratamiento que me pudieron mandar los médicos, siempre mandaban reposo; hoy están los gimnasios para hacer rehabilitación, eso hubiera sido lo mejor, no que después de tanto tiempo, al querer andar, tuve que rehacer los músculos, articulaciones y demás, ya que todo se me quedó entumido por no tener movimiento. Mi madre, la pobre, llegó a desconfiar de mí. Ella se preguntaba: “cómo es posible que con la edad que tiene no le dé a escondidas por levantarse”. Se escondía en un maíz que había frente de la casa a ver si yo me levantaba; viendo que no lo hacía me dice un día: “Pepe levántate”, ella creía que nunca mas volvería andar; lo intenté pero después de tantos meses acostado me daban muchos mareos y no tenía fuerza en las piernas. Yo fui un niño que también hice mis travesuras pero a la vez fui obediente. Tuve una madre que nos supo educar, y sin padre, porque yo me quede huérfano de padre con cuatro años.
Añadir leyenda
Cuando he dicho antes que mi madre se gastó un dinero en mí, pues sí, porque cada vez que me llevaba a Jerez tenía que alquilar un camión para llevarme tendido en la cama, te estoy hablando de los años cincuenta. Un señor, que se llamaba Diego Aragón y era dueño del Molino de Enmedio, donde hoy está el albergue, tenía camiones. Mi madre se lo alquilaba para llevarme cuando tenía que ir a consulta por el precio de setecientas pesetas, que en aquellos años eran dineros. Aquí, en El Bosque, había un carpintero que se llamaba Rafael Camarero Cuenca y le dijo a mi madre: “¡Ana, usted no puede pagar ese dinero cada vez que tenga que ir a Jerez!, yo voy a hablar con el cobrador de Los Amarillos, que era un tal Antonio Aguilar, muy buena gente, a ese coche le decían “el directo” por que iba directo de Ubrique a Jerez pasando por aquí, por El Bosque. También le decían “el fantasma” porque circulaba más de noche que de día. Así que fue Rafael y le dijo que si podía tomarle la medida a tres asientos de la parte de atrás, los asientos eran corridos en aquellos coches de aquella época, y le dijo que sí. Mi madre pagaba tres asientos pero ya no era un camión cada vez que tenía que ir, que fueron bastantes veces, pues así pasaron dieciocho largos meses.   
 Todo  este tiempo que estuve en cama no lo pasé demasiado mal porque iban muchos niños a jugar y a hacerme cosas que yo no podía. Por ejemplo Pepe Doblas, padre de Anita y de Pepe, vivían en el molino de En medio, actualmente es el albergue, y yo en el Huerto del Río, que solo distancian metros, y le dijo mi madre: “Pepito, cuando quieras te vienes con mi niño a jugar porque está casi siempre solo”. Así fue, se venía muchas veces.
Recuerdo que unos de mis hermanos me trajo un nido de gorriones con seis pajarillos y los metí en una jaula, cuando iba a darles de comer me traían la jaula a la cama, como estaba acostado siempre boca arriba me ponía la jaula en el pecho y uno a uno les iba dando de comer, llegaron a ponerse de grande como los padres. Tenía la jaula colgada en las parras que había en la puerta de la casa porque la cama que yo tenía era un banco con cuatro patas, de unos sesenta centímetros de ancho por uno cincuenta de largo, y me transportaban donde querían. Recuerdo que yo le decía a Pepe Doblas, que era un crío más o menos de mi edad,: “Pepito ábrele la puerta que les voy hadar de comer”. Yo les llamaba con un sonido que le hacía con la boca y acudían pero se me ponían en la cara todos a la vez y me arañaban, tuve que tomar el sistema de que me los soltara uno a uno por que todos querían comer a la vez. Es curioso, parece que algo me ayudaba a pasar el tiempo.
Quiero contar otras dos anécdotas. Me trajeron un conejo chiquito de campo, lo metimos en un cajón y lo críe. Me lo ponían encima de una silla y le daba de comer la hierba por los boquetitos de la tela metálica pero cuando era grandecito se escapó y estuvo bastante tiempo perdido. Ya casi no me acordaba y un buen día como a mi hermano Manolo le gustaba la caza y teníamos tres perros y él los tenía enseñados, levantaron el conejo en unos zarzales que había detrás de la casa y se vino donde yo estaba dándole vueltas a la cama, los perros detrás, hasta que mi hermano Curro lo pudo coger y lo metió otra vez en su cajón.
La otra fue que me trajeron un huevo de cogujada y como yo tenía un hueco por debajo de la cintura en la escayola porque tenía forma de teja y sobre eso estaba yo acostado, pues iba a comer, o a hacer algo, y metía el huevo en ese hueco. El de más tiempo lo tenía siempre en la mano, así transcurrieron diecisiete o dieciocho días, pero se me cayó y se partió, ya estaba el pajarillo para salir. De esta forma y con estas anécdotas que me ocurrieron parece ser, que el tiempo se me hizo más corto.
Me ocurrió otra cosa que se me ha venido a la memoria, a lo mejor a muchos os costará creer, pero pongo a Dios por testigo que es tan cierto como que me tengo que morir. En mi casa escuchaba el tic-tac de un reloj despertador, siempre de noche me seguía por donde quiera que fuera. Me trajeron a casa de mi hermana Francisca para que el ATS  que había entonces, que era José Marín Gallardo, no tuviese que bajar a el Huerto del Rió de noche porque me inyectaban penicilina cada seis horas por si había algún foco de infección, no fue necesario pero esa medicina era nueva y se la ponían a uno para cualquier cosa. El tic-tac lo escuché en Jerez donde pasé una noche en casa de una amiga de mi madre porque al otro día tenía consulta temprano. Recuerdo que mi hermano Curro fue una noche al cine, que por aquellas fechas lo había aquí en El Bosque, y cuando regresó, era una noche de frío y mi madre había encendido el brasero pero ya el rescoldo estaba apagado pero quedaba la ceniza caliente, mi hermano metió los pies para después limpiárselos y acostarse escuchó el reloj pegó un salto y se metió en la cama sin limpiárselos.
Nadie me ha descrito porqué esto aconteció, si me anunciaba algo nunca llegué a saberlo pero fue real. Soy una persona que no me ha gustado mentir y mucho menos la fantasía tampoco he sido supersticioso, soy bastante creyente, hay cosas en tu mente que tienes guardadas que cuando las recuerdas parece que las estas volviendo a vivir.
Antes había muchas fiestas eclesiásticas, la religión se llevaba con mucha disciplina los maestros nos exigían ir a misa todos los domingos y todos los días por la tarde al Rosario, como no fueras tenías castigo seguro.     
La primera vez que trajeron aquí la virgen de Fátima, después de aparecerse a los tres pastorcillos en Portugal, sería en el 1946 o 1948 más o menos, no recuerdo el año, lo que si me acuerdo que el día antes cayó una nevada de las grandes, hacía un frío que pelaba. La virgen entró por el lado de Ubrique, la esperamos un poco mas allá del chalet de Rogelia, en esa rectita que hay. Los maestros nos pusieron a saltar y a correr para calentarnos, por fin llegó y se la trajeron a la puerta de la iglesia. Venia en un coche chico con cajón, como una camioneta con un toldo, así recorrió toda España, después volvió un par de veces más.
La primera vez que aquí se celebró el día de la virgen María Auxiliadora fue el quince de agosto por mediación de Doña María Ramírez, madre de Diego Aragón, también tenía un hijo sacerdote, Don Miguel. Ella lo promovió todo, la imagen de la virgen María Auxiliadora la compró ella, la misma que tenemos. Vinieron los seminaristas del Seminario de Málaga, todos con sus sotanas negras. Paraban en el Molino de Enmedio que era de Diego, lo que entonces había en el molino era una cooperativa de panadería, surtían a muchos pueblos de la redonda ya que tenían camiones.
Una tarde me dio mi madre un trozo de manta para secarme después de bañarme porque íbamos a bañarnos a un charco que se le decía el charco Tomás y estaban todos los seminaristas, unos jugando otros sentados, era la hora de la siesta, yo que iba descalzo y con aquel trozo de manta me dijo uno de ellos: “niño ven toma”, sacó un trozo de pan del bolsillo y me lo dio, yo por apuro lo cogí pero cuando no me veían lo tiré, en aquel momento no tenía hambre. Esta fiesta de la que hablo pasó después a celebrarse tres días, era unas fiestas eclesiásticas y se convirtieron en folclóricas en honor al veraneante.   

El molino de Enmedio con esa cooperativa se fue a la quiebra. Pusieron un hombre de guarda para que cuidara de las maquinarias, herramientas, etc. Yo siempre visitaba mucho ese sitio porque me gustaba ver las maquinarias, las poleas, todo andaba por mediación de un salto de agua ya que eso era lo que hacía mover las poleas y las correas que hacían las transmisiones, el olor a harina y muchas cosas más que anhelo porque me recuerda mi niñez. Un día coincidí con el guarda, que era Curro Román que después le decían Curro el municipal porque ejerció aquí en el pueblo de municipal, estaba el hombre andando con un montón de trastos cuando veo una escopeta chiquita, sería de nueve milímetros, y se me abrieron tanto los ojos que no pude contenerme y le digo: “¡Curro por que no me la da usted!”, me contestó: “si me traes diez duros te la llevas”. Me gustaba mucho la caza porque en mi casa lo había vivido; mi hermano Manolo era un gran aficionado, pero los diez duros fue imposible reunirlos, me quedé con las ganas.

sábado, 7 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 2. Mi amigo Cristóbal.

No quiero que se me quede por nombrar a un amigo que tuve, él tuvo la mala suerte que se fue de entre nosotros bastante joven, esta persona se llamaba Cristóbal Angulo Pérez. Él  colaboró también, casualmente pero así fue, para que el tiempo que estuve en cama se me hiciera más corto. Trabajaba en la calle Ronda en una panadería que era de Rafael Jiménez, Rescoldo así lo conocíamos todos, la parte trasera de esa calle, que era un barranco, daba a unos corrales y todos los ruidos se escuchaban perfectamente desde el Huerto del Río; es como si te asomaras a un balcón y estuvieras debajo, el gallo que cantaba, el gato que maullaba, el perro que ladraba, la persona que daba una voz, todo. Él se ponía en los tiempos libres a radiar partidos de futbol, los jugadores que más nombraba entonces eran los del Barcelona, Real Madrid, bueno en verdad de todos los equipos, porque a él le gustaba mucho el futbol y conocía las alineaciones de todos los equipos, del Barca: Ramallet, Kúbala, Cesar, todo el equipo, y del Madrid: Puskas, Gento, Di Stéfano. Por aquellos años el Atlético de Bilbao tenía un gran equipo, tuvo una delantera que en aquella época se llamó así: Orue, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, ganó unas pocas de Ligas.
Kubala rematando de cabeza

Orue, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza

Además de radiar los partidos  decía una palabra que no se que significado tenía, decía así: “Asinkin”, yo contestaba igual: “Asinkin”, así ratos y ratos. Cuando me recuperé de mis males siguió siendo un buen amigo, en la escuela recuerdo que era el que más saltaba en longitud, tengo muy buenos recuerdo de mi buen amigo Cristóbal, Dios lo tenga en el sitio que se merecía.  
Voy a retroceder unos cuantos años atrás para recordar el tiempo que estuve en la escuela. Cuando empecé a ir tendría unos cinco años así que estuve yendo unos cuatro años mal contados antes de estar en cama; el primer maestro que tuve se llamaba Don Luis de Solas y Mulero, después Don Manuel Quijano Cantaloba, Don Oswaldo del Valle y por ultimo fue Don Julio Mariscal Montes, éste tiene un libro que lo escribió durante las clases, el libro se titula Corral de Muertos, en este libro inmortalizó a varias personas de aquí de El Bosque. Todos estos maestros los tuve unos antes y otros después de estar en cama luchando por poder volver a caminar, fui un niño obediente y aprovechador, nunca falté al colegio como no fuese por un motivo justificado. Algunos de estos fueron muy buenos maestros, no quiero que se me quede por nombrar a una persona que muchas veces sustituía a los maestros, o se quedaba de encargado, y disfrutaba por enseñarnos lo que fuese cualquier tema de clase o cualquier actividad fuera de las de clases. Recuerdo una vez que faltaban unos dos meses para el Patrón San Antonio y nos juntó a un grupo y todas las tardes después de la escuela íbamos a ensayar con pitos de caña para salir en la plaza de toros con un letrero en la espalda que dijera: “¡QUEREMOS UNA BANDA DE MUSICA!”. Todo esto eran ocurrencias suyas pero las vísperas de la fiesta murió unas de las autoridades del pueblo y se desbarato todo el proyecto. Este hombre que se preocupaba por todas estas cosas era y sigue siendo amigo de todos sus paisanos y a la vez muy querido en todo el pueblo, este hombre es Juan Marín Román.
Después de pasar dieciocho largos meses en cama me dijo el medico que ya podía empezar a andar. Fueron unos cuantos meses más de padecimiento, no me podía mantener de pie, me daban mareos, bajar un escalón era un sacrificio. El novio de una de mis hermanas me obligaba: “venga baja el escalón”, él siempre se ponía cerca por si me iba a caer echarme mano así, poco a poco, me fui recuperando. Fue para mi un calvario recuperar lo perdido. Pasaron como un par de años ya notaba la recuperación, tenia muy buena edad,  me movía mucho jugando y haciendo todo lo que podía pero cuando ya estaba casi recuperado le tuvimos que volver la espalda a lo que tanto nos había dado y donde mis hermanas  y hermanos, y en particular mi madre, se dejaron más de media vida, el Huerto del Río. ¡MADRE, T   Ú SI QUE MERECIAS UN TRONO!.  Se fue al otro mundo con la pena de no poderles dejar nada a todos sus hijos, tan solo a mi que soy el mas chico, todos mis hermanos estuvieron de acuerdo y me dejaron la casita que compró con lo que le quedó después de vender el Huerto del Río, que no llegó a veinte mil pesetas por culpa de enfermedades que padecimos mi hermana Isabel y yo porque los medicamentos todos eran a peso de dineros y a la vez muy caros.

Con mi madre en la plaza de Toros
 Antes de comprar mi madre la casita estuvimos de alquiler en la calle Sagasta, hoy calle Jaén.  En esa casa, o lo que fuese porque tenía un dormitorio, un salón y en el corral unas latas para no mojarse cuando llovía,  esa era la cocina. Entre el dormitorio y el salón dormíamos seis, pero claro eso era lo que había en aquellos tiempos. En esa casa empecé a hacer cositas para ganar algo, entonces tendría unos trece años. Un amigo, Curro Leytón, me enseñó a hacer pinceles, lo utilizaban las mujeres para encalar las paredes, el rabo era un palito de adelfa y con palmas del campo lo hacíamos entre los dos, los vendíamos a un real que eran veinticinco céntimos; viendo que se ganaba poco hablamos con Juan Castro para que nos diera sillas para echarles los asientos de anea, se ganaba algo más pero poca cosa, así estuve dos o tres años, pero un día le pregunte si quería un aprendiz para la carpintería, me dijo que sí, y se cumplieron mis deseos.

 Recuerdo que entré a trabajar un siete de enero de mil novecientos cincuenta y seis, tenia dieciséis años; en enero no me dieron nada, en febrero me dieron diez pesetas, en marzo cincuenta, ya en abril me pusieron a cinco pesetas diarias, así  me fueron aumentando algo. Los aprendices lo que más hacíamos era barrer el taller y llevar leña a un bar que le decían el bar de Vicente, la cocina funcionaba con leña, le decían una cocina económica, era de hierro con varias puertas, le metían la leña y una plancha grande y allí lo cocinaban todo, la leña era por kilos, con espuertas la transportábamos de la carpintería al bar. También los dueños de la carpintería tenían  una cocina igual y había que subir la leña a la primera planta; para mí fue un trabajo duro porque físicamente no me encontraba con las fuerzas suficiente como para subir una espuerta con cuarenta o cincuenta kilos por unas escaleras de catorce o quince escalones, pero lo hacia, sacaba fuerzas de flaqueza, llegué a ponerme fuerte, tenía entonces unos brazos bien fuertes, lo que yo me encontraba con pocas fuerzas era en las piernas porque el problema que yo tenia era de columna como ya lo he referido antes.
Así pasó un tiempo, no nos dejaban utilizar las maquinas por temor a un accidente pero ya se dieron cuenta que podía manejarlas y me pusieron a hacer sillas por mi cuenta. Recuerdo que la silla te la pagaban a siete u ocho pesetas, si te hacías seis o siete ganabas un sueldecito medio satisfactorio por aquellas fechas. Pasaron varios años, con el tiempo y la práctica fui prosperando, empecé a hacer sillones y  sofás.
En la carpintería.

Quiero contar una anécdota que nos pasó a Diego Castro y a mí. En aquellos años los muchachos estábamos deseando que llegara el tiempo de la caza. Cuando habrían la veda, que siempre la habrían el doce de Octubre, estábamos deseando porque los fines de semanas cogíamos treinta o cuarenta trampas y nos íbamos al campo y las poníamos en los lentiscos para coger los zorzales y pajarillos, unas veces los vendíamos en los bares para tener algún dinerillo, para ir al cine, comprar el tabaquillo y otras los dejábamos para nosotros, nuestras madres los preparaban y nos sabían a gloria. Para poner las trampas teníamos que ir muy temprano, para que acabando de amanecer empezar a ponerlas, para ello teníamos que salir de aquí a las cuatro y media o a las cinco de la madrugada. Pues una de esas mañanas íbamos para el Llano del Espino y por el carril del Castillejo, el río queda a la izquierda, pues a la derecha el barranco hacía un recodo y había un hombre todo vestido de negro, muy alto y delgado, con un sombrero, le dimos los buenos días y no nos contestó, pues no veas el susto que nos dio, no nos volvimos pero nos entró una prisa que llegamos mucho antes del tiempo previsto. Se comentaban muchas cosas, decían que era un alma en pena de un sacristán, fuese lo que fuese a nosotros nos dio el susto.
Por aquel tiempo había unas creencias, unas tradiciones, diferentes a las de ahora. Por el día de los Santos y el de los difuntos nos juntábamos unos grupos de jóvenes y había que estar doblando las campanas veinte y cuatro horas sin parar, nos turnábamos. A mi me daba miedo subir al campanario, la subida desde luego era peligrosa, íbamos todos pidiendo por las calles, por las huertas, y nos daban membrillos, granadas, boniatos, castañas, de todo. Con esas cosas nos divertíamos mucho y todo nos sabía a gloria, desde luego aquello era una tradición.
 En la Semana Santa no se podía tocar las campanas. Desde el Jueves Santo al medio día hasta el Sábado Santo, mientras que el Señor estaba muerto, para anunciar a la hora que eran las misas o las procesiones iban los niños por la calle con una tabla que tenía un hierro en forma de U moviéndola de un lado a otro, a eso le llamaban la matraca,    formaba un ruido para que las gente lo escuchara además los niños decían: una, dos y tres, el primer toque, el segundo o el que fuese para la actividad que tocara en esas horas. Todas estas cosas se respetaban al máximo, el que tenía animales con cencerros o esquilas se las quitaban esos días para no formar ruido además después cuando fui algo mayor recuerdo que ponían en la Iglesia como si hubiese un muerto representando al señor, se apuntaban grupos de ocho o diez, unos, de una a dos, otros de dos a tres, así sucesivamente,  estábamos toda la noche, uno leía algo de la muerte y pasión, se rezaba un rosario hasta cumplir la hora, o las dos, las que el grupo hubiesen acordado. Así eran algunas de las tradiciones, eso era ir a velar.
Otra de las tradiciones, mejor me explico, esto no era una tradición era una obligación.
Cuando  cumplías veinte y uno años tenías  forzosamente que ir a tallarte, te citaban en el ayuntamiento, te median la estatura, te pesaban, eso le decían entrar en quinta. Desde entonces  pertenecías al ejercito, a los cuantos meses o al año te llamaban, te tenías que presentar al cuartel que te hubiesen designado a hacer tus catorce o quince meses de mili, te podía tocar a cualquier sitio de España. Mi quinta fuimos bastantes, más de treinta (en la foto no estamos todos), nos estuvimos tres días de huelga, poníamos un dinero, uno era el tesorero y ese se hacía cargo de ir pagándolo todo.





viernes, 6 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 3. De El Bosque a Barcelona.

Un día vino un muchacho a pedir trabajo al taller de Diego Castro, donde yo trabajaba, se lo dieron y nos hicimos amigos, llegamos a tener bastante amistad, este era y sigue siendo José Rodríguez Dorado. Un día me dice “Pepe, te vienes a Barcelona a trabajar”, le dije que sí. Me fui a la ventura, sin colocación ni nada, lo hice con la idea de mejorar mi situación para ir pensando en lo que todos los hombres creo que pensamos con esa edad, en tener tu hogar, tu mujer y tus hijos. Ya Dorado había estado trabajando con anterioridad y conocía más o menos aquello; arreglamos las maletas y emprendimos una nueva aventura. Un siete de julio de mil novecientos sesenta y seis llegamos a Sevilla, el tren salía a las siete de la tarde, a ese tren le decían aquí en Sevilla El Catalán y en Barcelona El Sevillano. Salimos de Sevilla a las siete de la tarde, toda la noche y todo el día, llegamos a las once de la noche del día siguiente. Los autobuses ya no funcionaban, tuvimos  que alquilar un taxi para que nos llevara a Hospitalet al piso donde íbamos a vivir, descansamos y al otro día no encontramos trabajo, todo el día para arriba y para abajo y nada, ya empezaba uno a desmoralizarse porque sólo me quedaban cien pesetas, que eran unos billetes que había, para colmo entré al servicio y se me perdió la cartera, menos mal que era en el bar que parábamos los de El Bosque, me parece que fue Pepe Vázquez, o el hermano Juan, quien me conoció por el carnet de identidad y me dio la cartera. Al día siguiente tuvimos que recurrir a un prestamista, ya Dorado había trabajado con ellos. Los prestamistas eran unas gentes que tenían como unas sociedades o grupos que comerciaban con los trabajadores, tenían unas oficinas, tu ibas te pedían tus datos  y ellos estaban en contacto con las empresas y tu ibas donde te mandaban, te decían: “vaya usted a tal sitio a tal hora”, y los sábados te pasabas por la oficina a cobrar, recuerdo que a estos prestamistas les decían Sabater.      
                            
En el parque Güell de Barcelona

Buscamos un nuevo piso donde vivir, era un sobreático, sétima planta, parábamos cuatro: Dorado, Rafael Castellano, un Cordobés y yo. Esos prestamistas nos mandaron a Dorado y a mí a una empresa que se llamaba Cubiertas y Tejados, parábamos en Hospitalet y la empresa estaba en Barcelona en Fabra y Puig, la última estación del metro. Nos teníamos que levantar a las seis de la mañana para empezar a trabajar a las ocho, primero cogíamos el autobús después el metro en Santa Eulalia, de Santa Eulalia a  Fabra y Puig, había que atravesar toda Barcelona. El primer día de trabajo estábamos como gallina en corral ajeno pero con el tiempo fuimos conociendo compañeros y demás. Trabajé en carpintería pero la vida de la ciudad es vivir siempre sobresaltado, salías de noche y entrabas igual, cenabas y ya tenías que preparar el almuerzo para el día siguiente, te lo llevabas preparado del bar donde comías porque sino no te daba tiempo a nada. Si perdías el autobús o el metro ya llegabas tarde al trabajo, si picabas al entrar a la fabrica cinco minutos más tarde te descontaban una hora, era un agobio continuo; muchas veces no había autobús, ni metro, te pegabas unas pechas de andar que llegabas con ganas de acostarte sin cenar.
Al poco tiempo, ese señor del bar que se llamaba Pedro tenia un piso que alquilaba y el hermano de Dorado, Paco, trabaja con él de camarero. El piso tenía tres habitaciones y nos fuimos los tres, mejor dicho, nos fuimos Dorado y yo, Paco ya estaba allí. Nos vino todo mucho mejor, todo lo teníamos en el mismo bloque; como Paco abría de madrugada le decíamos por la noche lo que queríamos para el almuerzo y él nos lo preparaba, así no teníamos nada más que cogerlo  y a huir.
Poco a poco conocí gentes, recuerdo que yo tenía un reloj y la correa tenía los colores del Barcelona, azul y grana, y este tal Pedro me levantaba el brazo y decía: “mirad un Andaluz del Barça”. Al poco tiempo de estar en el taller nos mandaron a trabajar fuera, al parque de atracciones de Montjuic, más lejos todavía y no sólo eso, si no que tenías que subir unas escaleras que parecía que nunca se iban a acabar y todo esto zumbando para no llegar tarde, me puse más fuerte pero delgado como un lápiz.   

De paseo por Barcelona.
Una tarde, a la vuelta del trabajo, nos enteramos que en la estación del metro de la plaza España habían chocado un metro y un tren, no había ni taxis ni autobuses, todo ocupado, yo vi como a dos autobuses se le rompían las lunas de atrás de las gentes que se metían, yo me asusté y le dije a Dorado: ¡nos vamos andando!;  fuimos mirando si había algún taxi, pero nada, anduvimos por lo menos ocho o diez kilómetros. Dorado fue un gran compañero en todo, los dos emigramos a Barcelona con la idea de ahorrar algún dinero para el día de mañana tener tu hogar como todo el mundo, él era, y seguirá siendo, un hombre que no malgastaba los dineros, yo seguí por ese mismo camino; a él le gustaba el deporte más que nada, principalmente el fútbol, de hecho jugaba en un equipo federado de Hospitalet,  jugaba bastante bien, claro, yo como compañero a todos los sitios que iba allí estaba yo, me hicieron socio del equipo y a todos los desplazamientos iba con él, se compró una cámara de foto y durante los partidos yo le sacaba fotografías en blanco y negro, todavía no las había de color, pero había algunas fotos que se las hice yo muy buenas, algunas las conservará.
Una  vez ganaron un trofeo y la directiva organizó una fiesta, invitaron a todos los socios y asistí como socio que era. Lo que pasa en las fiestas, empezaron algunos a cantar y dijo Dorado: “este canta bien”, me hicieron cantar, cante una, otra y otra, me escuchó el presidente del equipo y me quiso llevar a radio Miramar a un concurso que había de cante, me dijo: “chaval, tu cantas bien si quieres te presento a este concurso”, pero yo fui siempre muy tímido y no quise.
 Pepe y Dorado.
Ahorrar mucho dinero no pude, se ganaba más que por aquí pero no compensaba, los gastos eran más. Las cosas todas mas caras, además yo estuve sólo seis meses, me compré ropa quizás traje en dinero unas tres mil pesetas. Los gastos que tuve fue en la comida, una vez que otra que fuimos al cine y tres veces que fui a ver el futbol al Nou Camp. Fui a ver el Barça- Sevilla, Barça–Córdoba y al primer trofeo Joan Camper que fue en el año 1966, fueron cuatro equipos: Barça, Nantes Francés, Anderlecht de Bélgica y el Colonia de Alemania. El 30 de agosto el Barcelona de Roque Olsen  inauguro el Trofeo venciendo al Anderlecht por el tanteo de 2-1, primer gol a los nueve minutos marcado por Fuste después marco Zaldúa. Al día siguiente jugaron el Nantes y el Colonia venciendo los Alemanes en la prorroga por 3-2. Para tercer y cuarto puesto ganaron los Belgas por un contundente resultado de 7-0, la final la ganó el Barça al Colonia por 3-1, marcaron Rifé, Fuste y Vidal. Un partido buenísimo, muy duro por parte de los Alemanes, de hecho Rife salió lesionado y tuvo que pasar por quirófano.          
De estas cosas fueron las que disfruté, lo demás mucho trabajo, inquietud y ese estrés de la ciudad. En el parque de atracciones estuvimos  un par de meses, después fuimos otra vez al taller pero al mes, más o menos, nos dicen que había poco trabajo y nos despidieron a cuatro: dos Gallegos, Dorado y yo. Posteriormente nos mandaron al hospital San Pablo que tenía talleres propios de carpintería, electricidad y fontanería. Estando allí algunas cosas nos fueron mucho mejor, una de ellas fue que ya no nos preocupábamos de tener que llevar la comida porque habían trabajado dos cordobeses, padre e hijo, y nos enseñaron un bar cerquita del trabajo que daban comidas, nos gustó y allí almorzábamos. Teníamos una hora y media libre para comer, había en la puerta de donde trabajábamos una explanada grande y mientras llegaba la hora jugábamos al futbol. Recuerdo un día estando jugando que uno tenía un pantalón vaquero y en el bolsillo de atrás tenía una caja de cerillas, hizo una  chilena y al caer se le incendiaron, cuento esto como una anécdota curiosa.
Pues en dicho hospital había unos pabellones grandísimos y de altura tendrían unos siete metros, me mandaron a poner ventanas, ¡no veas a esa altura!. Tenían unos andamios que le decían púlpitos, eran de hierro cuadrados y arriba tenían un entarimado con su barandal, ¡muy bien!. Por un lado tenía las escaleras así que échate la ventana al hombro, en la cintura una correa cargada con martillos, destornilladores, tenazas, cepillos, agarrado con una mano subía paso a paso, con más miedo que vergüenza, muchas veces pensaba: “si me caigo no veo mas a mi pueblo ni a mi gente nunca más”; pero nunca dije esto no lo hago yo por temor que me dijeran: “pues esto es lo que hay”- Esos fueron los trabajos más duros, después en el taller ya eran trabajos diferentes y no tan peligrosos, por este taller fue por el último que pasé, aprendí cosas que ignoraba, es lógico, y vi cosas que a lo mejor  no las hubiese visto nunca. Estando trabajando en este sitio todos los día pasamos por la puerta de la Sagrada Familia, es una catedral  muy bonita.

Pues así paso el tiempo, se fue aproximando la fecha de volver, fue por la Navidad del mismo año, estuve solamente seis meses, cuando faltaba poco concertamos el día que íbamos a volver, Dorado se preocupó por sacar los billetes de tren con antelación, sacó tres billetes para nosotros dos y un compañero que ya hace tiempo se fue de entre nosotros, este compañero era Juan García Padrones, no se que fue lo que le pasó pero no pudo venir. Dorado vendió el billete en la estación y recuperó su dinero. Cogimos el tren en Barcelona para Sevilla con mucha alegría de volver con los tuyos. Quiero contar otra  anécdota que me ocurrió, fue una coincidencia de esas que se dan en la vida. Viajábamos de madrugada, Dorado y yo veníamos en el tren en segunda categoría y no había ni agua ni corriente eléctrica, cogimos un pasillo muy largo para irnos a primera  haber si podíamos lavarnos un poco y afeitarnos, esto fue en Albacete en la estación de Chinchilla. Cuando veníamos de regreso escuché unas voces: “abridme que me mato”, y le digo a Dorado: “escucha, esa es la voz de Corralito”, así fue era Antonio Corrales, la puerta estaba taponada con muchos bultos, sacas de correo, de todo y nos liamos a tirar bultos para atrás y cuando nos vio decía: “me habéis salvado la vida” (…) “¡mira quienes son!”, eso no se lo esperaba él nunca y menos nosotros, nos dio un abrazo que no veas. Él venía de Alemania y se bajó para tomarse algo y comprarle una navaja a Jaime y se quería subir  por el anden contrario, con el frío que hacia y agarrado a los dos tiradores de la puerta pues, ¡figúrate!, se le quedan las manos heladas con la velocidad del tren y sabe dios lo que le hubiese pasado, total después nos reíamos con él porqué decía sus cosas: “ole los cojones de Corralito, una navajita para Jaime”. Dios lo tenga en buen sitio, fue una persona que tenía su humor y sus cosas como todo ser humano.    

miércoles, 4 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFIA

Capítulo 4. Vuelta a tú tierra, tú sitio, tú pueblo.

Volví a mi tierra natal, mi pueblo, El Bosque, mi familia, mis amigos… Pasé la Navidad como mejor pude con los míos, fui a saludar a los dueños donde trabajé: a Diego Castro y familia, ya el padre le había traspasado la fábrica a los dos hijos, a José Genaro Castro y su hermano Diego, me dijeron que si quería trabajar tenía mi sitio, acepté y empecé una nueva etapa. Comencé a trabajar como antes de irme a Barcelona, haciendo sillas, sillones y mesas, conforme pasó el tiempo me fui especializando un poco y los trabajos que encargaban más delicados casi siempre me tocaba hacerlos a mí en aquellas fechas, después por ese taller fueron pasado muy buenos carpinteros.

Cuando estas escribiendo tu pasado es lógico y normal que se te olviden cosas pero yo quiero procurar que sean las mínimas; ahora se me acaba de venir a la memoria una de las cosas que no quería que se me olvidara. Entre los años sesenta y setenta tuvimos una orquesta varios amigos, nos lo pasábamos bien, a la vez la gente se divertía mucho. Entonces fue cuando España ganó el festival de Eurovisión con la canción “La, La, La” que cantó Massiel, precisamente teníamos esa canción en el repertorio, yo era uno de los que cantaba. Otra canción era “Marionetas en la cuerda” y muchas más.

Muchas cosas de las que explico a lo largo de mi vida han sido tristes pero también he tenido muy buenos momentos. Una vez en la Semana Santa tocamos en la procesión, Orozco llevaba el bombo, Servando el redoblante, Juan Calvillo y yo las trompetas y todo esto sin saber solfeo ni nada, algunas veces nos salían unos gallos para reírse, he hecho de todo en la vida, esta vez hasta el ridículo pero nadie se lo tomaba a mal, lo hacíamos con  mucha voluntad y sin cobrar nada.


Un grupo de amigos de fiesta.
 
Los fines de semanas nos íbamos los amigos de juerga, nos tomábamos dos copas en los bares y a cantar, a echar serenatas a las amigas que teníamos todos, con eso nos divertíamos. Las serenatas eran una cosa muy seria, se hacían con mucho respeto y seriedad, si alguno se pasaba con alguna tontería lo mandábamos a callar, sobre todo mucho silencio por que las serenatas se echaban a deshora de la noche. Había que tener en cuenta que también las escuchaban los que algún día podían ser tus suegros.      

 Pepito con amigos y su cuñado Juan Román, Chile, en la romería de San Antonio en Los Cañitos.
        
En estos años un día me citan al ayuntamiento para proponerme si quiero ocupar un cargo en la política, lo acepté, ese cargo era Consejero Local del Movimiento. Unos meses después, un buen día nos citaron para dar el juramento. Vino de Cádiz el Delegado Provincial, nos pusieron una mesa, un reclinatorio para hincarte de rodillas, en la mesa un Crucifijo y la Biblia. El Delegado presidió la ceremonia; tu con la mano sobre la Biblia tenías que decir estas palabra: “Juro servir a España y al Jefe del Estado, con inscrita fidelidad”, él contestaba: “si es así que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande”. Hay que saber que esto era en tiempo de la Dictadura, en los años sesenta hasta los setenta y algo, hasta que empezó la democracia.
Lo llevamos como mejor se pudo, asistiendo a reuniones, firmando papeles, escuchando propuestas, hacer las que se podían, total las rutinas de estos cargos. Pero un día, no se como saltó un rumor, entre concejales y consejeros, de unas lindes de un terreno que no iban por su sitio, acordaron ir a Cádiz para investigar el asunto. Fuimos un día, llegamos a las once de la mañana a la Jefatura Provincial de Tráfico, que era donde trabajaba el Delegado Provincial del Movimiento, nos dijo que no podía atender a nadie porque tenía mucho trabajo así que nos citó a las seis de la tarde en el despacho oficial suyo.  Pero el que estaba allí no era él, era un tal Don Moisés, no recuerdo los apellidos, pero era otro de los jefes, estábamos todos sentados y entró diciendo con voz dura y rígida: “!a ver qué pasa aquí¡”, le contestaron exponiéndole el problema y contestó: “iros a vuestras casas que os podéis ver en los tribunales e incluso entrar en la cárcel”. ¿Qué se puede pensar ante esta situación, y además en una dictadura?,  pues nada, que tienes una casa, una familia, callarte, sentirte impotente, no se sabe que otra cosa puedes hacer. Después lo que pasa en los pueblos: los comentarios, unos con aciertos y otros decían barbaridades, muchos de los que estábamos implicados escuchamos insultos de todas las índoles.
Pero lo digo con el corazón en la mano: ni me arrepiento, ni guardo rencor a nadie. Nunca se debe arrepentir uno por hacerle el bien a los demás, arrepiéntete cuando lo hagas por tus intereses o por favorecer sólo a los tuyos, todos tenemos los mismos derechos como manda el artículo catorce de nuestra constitución. Lo digo siempre, y lo repetiré mil veces: en la vida hay que ser un hombre de bien, para el bien de los demás; el que diga lo contrario es un indeseable ante la sociedad.
En la vida se nos presentan muchas cosas que tienes que asumir, todo no es de color de rosa, para conseguir algo, algo te cuesta, el que se crea lo contrario está equivocado.
Yo estuve 22 años en la carpintería. Un día me dijo el dueño que si quería ser encargado de taller al cuidado del personal, el trato fue que me daría el uno por cien de la producción, lo acepté. Estuve algunos años, si ganaba más era una ayuda buena para el sueldo, pero por lógica, ya sabes, a veces te tienes que enfrentar con el patrón y con los trabajadores, que eran amigos tuyos, y a pesar de todo siempre, cosa lógica, había algún descontento; en alguna ocasión lo pasé mal, a veces hay que aceptar que para todo no se vale en la vida.  
Así pasaron unos cuantos años, pude ahorrar algo y ya fui pensando en casarme. Acordamos la fecha, fue un 11 de Agosto de 1973, nos casó un cura que había estado aquí, en El Bosque, hacía ya unos pocos de años, se fue de aquí pero vino a pasar unos días y precisamente fue en esa fecha cuando nos casó, nos dijo: “nunca os ibais a imaginar que os iba a casar yo” ese cura era Don Fernando Villalba Guerra. Este sacerdote fue el que hizo el salón Parroquial, estuvo aquí en El Bosque durante mi adolescencia y mi juventud.
Di ese paso que se dice que debemos de dar todos los hombres, casarnos. Hay un dicho  muy viejo que dice que todos los hombres debemos sembrar un árbol, tener al menos un hijo y escribir un libro, yo voy a intentar cumplir esas tres cosas: el árbol lo sembré y mi primer hijo, Rubén, nació el 15 de mayo de 1974, una de las grandes alegrías de mi vida, después he tenido cuatro mas, Damián, Ana María, Fátima y Virginia, de todos recibí esa gran alegría que todo padre siente al nacer un hijo, a todos los quiero por igual, no le puedo poner reproches a ninguno, cada uno es como es.
El 8 de Junio de1981 murió mi madre que vivía con mi hermana Isabel. Se fue al otro mundo sin disfrutar mucho de sus nietos, ¡con lo que los quería¡, como eran las vísperas de la fiestas de nuestro patrón le dije a Diego Castro que iba a trabajar los días de la fiesta, me dijo que si, así lo hice.
Mi madre.

En octubre del mismo año, el día 10, recuerdo que era sábado, siempre recordare que estaba puesto el mercadillo ese día en la calle La Rosa, tuve la mala suerte de tener un accidente en una máquina con una fresa, fueron unos momentos de angustias, de desesperación, por que en esos momentos se me rodearon una serie de problemas que tenía que resolver sin saber cómo. El primero era que tenía cuatro niños, todos chiquitos,  y me veía sin poder trabajar por el daño que me había hecho en la mano, no sentí ni dolor, el dolor más grande se me pasó a la cabeza, que no paraba de darme vueltas, pensando como iba a solucionar la papeleta que se me había presentado; no sabia como reaccionar. Me llevaron al consultorio y una ATS, que era una tal Pili, me puso una inyección para la hemorragia, me lío bastantes gasas y me llevaron a Jerez, por cierto me llevó Andrés Navarro Santos en un Sinca 1200 que él tenía. Ese día no había taxis disponibles, me sacaron una radiografía y me mandaron de momento en una ambulancia a Sevilla a García Morato, Hospital Virgen del Rocío, a la sección de cirugía plástica, pero para nada, los dedos los llevaba yo hechos polvos, sólo me quedó en el dedo índice la primera falange y parte de la segunda; en el corazón sólo me quedó una; en el anular me quedó parte de una, pero muy poco, lo perdí casi todo y en el meñique me tocó el nervio, se me quedo completamente recto. Estuve en Sevilla unos cuantos días, yo veía la radiografía y no me parecía mucho pero cuando me quitaron el yeso me di cuenta de lo que me faltaba, se me cayó el cielo encima. Poco a poco me fui superando hasta conseguir la normalidad.
Como todos sabemos en lo pueblos chicos cuando ocurre cualquier cosa todos nos enteramos; un día fui al bar de Pepe Doblas y estaba Juan Olmedo, el de Chacinas Olmedo, y me preguntó que cómo estaba, le respondí, y me dice Juan: “¿cómo andas económicamente?, si te hace falta algo aquí estoy yo para ayudarte, vas a lo de mi hermana Antonia a la tienda y sacas los mandados que te hagan falta, cuándo tú puedas los pagas como quieras”.  Gracias a Dios no me hizo falta porque tenía unos ahorrillos, pero esto fue un detalle que no lo olvidaré mientras viva, esta persona se fue para siempre, Dios le tenga en el sitio donde la Justicia Divina cree que merecemos estar  cada ser humano.    

martes, 3 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 5. Una buena idea.

Estando ingresado en el hospital tenía un compañero de habitación, de Algeciras, que intentó suicidarse en un cable de alta tensión y hablando de los problemas que se me podían plantear económicamente él me preguntó: “¿en tu pueblo no hay ningún Pub?”,  le contesté: “pues no” y me dijo: “pues si puedes montar uno móntalo que están teniendo mucho éxito”, me dio la idea. Yo tenía un salón debajo de mi casa, la cabeza no me paraba de girar, lo estudié y le metí mano, un poco desconfiado, porque yo me preguntaba: ¿mira que si me falta dinero y no puedo terminarlo?. En verdad me vi  achuchado pero yo tenía una corazonada de que me iba a ir bien. Eché valor y pedí 150.000 pesetas prestadas, me las prestaron y termine lo que era la obra, que por cierto, me la hizo Antonio Román Silva que fue un gran maestro albañil y muy buena persona. Me quedó algo para comprar un botellero, la instalación eléctrica me la montó mi cuñado Gaspar con la colaboración de Curro Román, Fernando López y también alguna manilla de Ramón Gago. Para el mobiliario hice unas mesitas bajitas y unos sofás de dos plazas, los compañeros de trabajo me lo hicieron a deshora, no me cobraron nada por las horas que echaron, tengo que agradecer su colaboración; la madera más las horas  de maquinaria lo pagué yo aparte.
Claro, como cosa lógica, era imprescindible un aparato de música en un pub, mi cuñado Juan Corbacho tenía uno y se ofreció a dejármelo y pagárselo cuando pudiera. Cuando me recupere económicamente fui pagando los débitos que había dejado, al año justo de estar funcionando pagué las 150.000 pesetas que me prestaron, más 50.000 de las maderas y el tiempo de maquinarias.
Como se suele decir, di en el clavo. Fue el primer pub que se abrió al publico aquí en El Bosque, lo abrí el día 4 de Junio de 1982, tuve una aceptación prodigiosa, me hice de una clientela estupenda, no sólo de los pueblos vecinos como Ubrique, Benamahoma, Prado del Rey, sino que también los tuve de Cádiz, muchas familias y parejas que venían a veranear, de toda la redonda; pero lo que pasa siempre, al momento empezaron los problemas, los ruidos que molestaban a los vecinos. Tuve que ir varias veces al cuartel porque me denunciaban, las quejas me llovían, yo comprendía que los escándalos a deshora molestan, aunque pagues todos tus derechos, yo no abrí hasta no tener todos los requisitos que me exigieron por aquellas fechas, pagué de licencia fiscal hasta más de 60.000 pesetas, creo que fue algo abusivo porque yo me enteré que otros bares pagaban unas tres o cuatro mil, eso se pagaba anualmente.
Yo este negocio lo desconocía totalmente, estaba perdido completamente, tampoco había frecuentado bares, menos mal que mí cuñado Gaspar llevaba varios años trabajando en la hostelería y conocía el tema, estuvo conmigo un tiempo y me enseñó algo, pero a mí me pedían un Gin Tonic o un Gin Limón y no sabia lo que era. Toda la juventud se volcó conmigo, tenía una música selecta, seleccionada por los mismos clientes; hice un pedido a Discoplay, que era una tienda discográfica de Madrid y todos los meses me mandaban la revista, los mismos clientes me hacían los pedidos, así que había música de todos los gustos, en aquella época había muy buena música. Fueron varios los que me señalaban en la revista los discos que tenía que pedir, como Miguel Ángel Olmedo, su hermano Juan José, Gonzalo, aquel secretario que hubo aquí en el Ayuntamiento, Juan Acevedo, Miguel Melgar, Diego Corrales, Curro Román, Jesús Benítez, gente conocedora de la buena música.
Yo fui una persona desinteresada. Siempre si la cuenta eran, por ejemplo, trescientas veinte le decía: “deja el pico es igual”. Llegaron a decirme varias personas: “Pepe, eso al cabo de un tiempo son dineros”, pero yo seguía con la misma tónica. Hice muy buena clientela, hubo unos cuantos años que me fue muy bien, desde el 82 que lo abrí hasta el 95-96. Después salió esto de las botellonas, desde entonces todos estos negocios, bares de copas, se vinieron abajo, en picado, pero en los años buenos gané dinero, la juventud, y de todas las edades, me acogieron con mucho entusiasmo. Recuerdo que a la hora de abrir me estaban esperando en la puerta, tuve un gran éxito.
Fueron unos años muy buenos para los bares de copas pero a la vez, parece ser, que empezó lo malo de la vida: la droga. Los años ochenta fueron confundidos por muchos, el haber pasado, hacía poco tiempo, de la dictadura a la democracia, hizo que se confundiera la libertad con el libertinaje. Parece ser que al ser humano les gusta lo prohibido y cuando algo malo se extiende la persona se corrompe. El que la prueba quiere repetir tantas veces como el cuerpo se la pide y eso es lo que lleva a robar, a matar, eso no lo he vivido pero me lo supongo, el que cae en eso es capaz de matar a su propia familia, a mi se me dieron muchos casos, lógico y normal, trabajando en un bar de copas a deshora, donde los que más frecuentaban estos establecimientos eran jóvenes, pues no se podía esperar otra cosa. Aunque entre aquella juventud había muchos responsables, no se puede juzgar a todos por igual, pero veías cosas que tu desconocías de más de uno, conforme yo me iba enterando, lo que aquello era, les llamaba la atención, yo no podía consentir que dentro de mi casa se hicieran cosas prohibidas; yo les decía: “para hacer esas cosas te vas a la calle y no me tienes que poner a mi en compromiso”. Yo creo que detrás de una barra es donde más cosas se aprenden y donde más te abren los ojos. A mi llegaron más de una vez a ofrecerme aparatos de música, radio-casetes, cadenas de oro, cordones, de todas esas prendas con valor, por unos precios bajísimos, pero yo me di cuenta que eso no era bienvenido, eso era para coger dinero, para drogas o para vicios, nunca intenté aprovecharme de nadie, mi madre me domó bien domado y me contaba muchas veces de todo lo que tenía que huir.
De Benamahoma tuve una clientela inmejorable, venían un grupo de muchachos con Pepe Lobatón, se lo pasaban en grande y nunca tuve un rifirrafe con ninguno, hacíamos campeonatos de billar americano donde casi todos intervenían. A Pepe Lobatón le conocí yo como cliente de mi casa, me di cuenta que era un hombre muy buena gente, amigos de sus amigos, desinteresado, él sabía que me gustaba la caza con reclamo de perdiz y no pasaba ningún año que no me mandara el permiso para que fuese a su finca a cazar. Le doy las gracias, una y mil veces, ya por mi invalidez he tenido que volverle la espalda a todo, pero siempre lo tendré en la memoria porque estas buenas acciones no se pueden olvidar.
Creo que montar el Pub fue para mí un acierto, aunque me dio muchos quebraderos de cabeza, pero me aseguré unos cuantos años para sacar mis hijos adelante y tener algo en mí ajustado patrimonio, que, al fin y al cabo, no es nada para todo lo que hemos luchado toda la familia.
Con el tiempo yo notaba que mis fuerzas se iban apagando como una vela, cada vez me sentía las piernas más débiles, pero yo miraba siempre hacia adelante, lo pasado tenía que olvidarlo porque todo lo superé, lo que tenías que afrontar era a lo que se te podía presentar y sacar fuerza de flaqueza para superarlo. En el Pub fueron los últimos años de mi trabajo más fuerte, yo veía que cada vez las escaleras me costaba más subirlas pero siempre me inventaba algo para ponérmelo mas fácil: el escalón tenia veinte centímetros,  me invente un cajón chiquito con un rabo, como un recogedor, así que lo iba mudando y se me hacia el escalón mas bajo. Pero hubo muchos días que subía las escaleras a gata, esas madrugadas de frío y humedad la pared se ponía mojada y se me resbalaba la mano que apoyaba, porque las subía con una mano en el bolsillo haciendo fuerzas sobre la pierna y la otra en la pared. Siempre, para todo, se me ocurría algo, para bajarme del coche, para todo, así fueron unos pocos de años pero me defendía con más o menos trabajo. Muchas de las veces me llevaba las cajas de refrescos arrastrándolas hasta dentro de la barra para meterlas en la nevera. En verano abría a las seis de la tarde y me daban las cinco de la mañana ya que a mi me gustaba dejar la barra, los ceniceros, los vasos, todo limpio, incluso las neveras llenas para que al otro día estuviera todo en condiciones y no tener nada más que abrir.

La madrugada del día 3 de febrero de 1991, a las cuatro de la mañana, estaba mi hijo Rubén, que era un crío, conmigo y le dije que se fuese a dormir que yo terminaría, me quedé solo y cuando lo dejé todo en orden me fui a dormir. Pero estando en el dormitorio me entró un dolor en el pecho y en el brazo izquierdo, de momento mi mujer buscó al médico de urgencias, vino a mi casa, me reconoció y me dijo que era un infarto de miocardio. En ese momento se llamó a la ambulancia y me llevaron a Jerez, el hospital de Villamartín no existía, ingresé y me pusieron en cuidados intensivos. A los 3 o 4 días me pasaron a la habitación, estuve ingresado unos catorce días, se me hicieron años, el negocio abandonado porque todos mis hijos eran de corta edad. Todo esto lo superé poco a poco, pero fue un mazazo. El médico me dijo que no podía fumar, eso fue lo de menos porque de momento dejé de fumar pero no podía estar donde se fumara, así que cada vez estaba menos tiempo en el Pub. Mi Rubén y los hermanos se hicieron cargo y el Pub siguió adelante.

domingo, 1 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO.AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 6. Nuevos caminos.

Después del infarto que sufrí seguí haciendo mi vida normal, cumpliendo un tratamiento, pero haciendo una vida como mejor pude, pero siempre cumpliendo mis obligaciones: seguí conduciendo, yendo de caza a mi manera, sobre todo el reclamo de perdiz.

Reclamo con Perdiz.

En el año de 1991 hubo elecciones municipales. Vino un grupo de conocidos, algunos amigos, y me dijeron que si quería ir en la lista por el Partido Popular, dije que sí, como si me lo fuese dicho otro partido político también lo habría aceptado porque nunca he estado afiliado a ningún partido para poder ser libre y hacer las cosas por derecho como mandan las ideas que tengo: respeto la igualdad, el estado de derecho, la libertad de expresión y cumplir todos los artículos que manda nuestra Constitución. Soy una persona que me gustan las cosas bien hechas, me pelearía con quien fuese por hacer las cosas sin excepción de nadie.            
Pues sí, fui en lista. Recuerdo que un día estando en Ubrique, estando aparcado en Los Callejones, se me acercó un hombre de aquí, de El Bosque, y me dice: “tú eres Pepito el del Trébol y vas en lista por un partido para las elecciones municipales”, le dije que sí y  me contestó: “¡pues ve cerrando el negocio porque ya las llevas claras!. Yo me pregunté cómo era posible eso. Cuando existe un estado de derecho, libertad de expresión, derechos humanos, por los que tanto lucharon nuestros antepasados para conseguirlo, con sangre, sudor y lágrimas, para que ahora se tire todo por la borda por culpa de unos señores con espíritu de caciques que no saben asumir las derrotas y son capaces de agarrarse a un hierro ardiendo antes de ser derrotados por un opositor. En parte, aquel hombre que me advirtió llevaba sus razones pero no todas porque yo creo que estaban equivocados, el egoísmo, el orgullo y la soberbia les domina a algunas personas, pues así es, cuando había elecciones hacían lo habido y por haber por no perder el poder. En todas las campañas que he conocido siempre hubo algo anormal, bien discusiones por cualquier insignificancia, asustando a las personas mayores, diciéndoles que si votaban a otro partido que no fuese el partido Socialista podrían quitarles las pensiones, barbaridades, cautivar votos por doquier, ofreciendo lo imposible, no hacía falta ser adivino para comprender y ver quienes eran los beneficiados y los discriminados, eso lo sabe bien quien lo ha vivido, espero que algún día esto cambie.
En el año 2003 volví a estar en la lista con el Partido Popular. Haciendo la campaña electoral se acordó que los cuatro primeros de la lista daríamos un mitin, cada uno exponiendo sus ideas, así fue. Allí no se ofendió a nadie, cada uno dijo lo que sentía respetando siempre las normas pero cuando se dice la verdad parece ser que es lo que más molesta, ¿de verdad molestó bastante? porque los resultados fueron contundentes, quiero decir como actuaron contra mi persona. Cuando terminó el recuento de votos y vieron que habían ganado las elecciones me tiraron caramelos por la espalda, en la campaña ellos repartieron unos caramelos con el nombre del partido Socialista en la envoltura, de esa forma lo celebraron. Yo me preguntaba, y me pregunto, ¿así son de sociables los que se suelen llamar socialistas?, en mi pueblo pues no sé. Lo que sí es cierto que en vez de ser caramelos hubiera habido piedras en el colegio electoral no sé lo que habría pasado. No sé cómo calificar a estas personas porque la actuación fue vil y cobarde.
A pesar de todo lo que me ha acontecido en la vida me siento orgulloso porque he tenido muy buenos momentos. Todo no van a ser penas, dentro de lo malo siempre hay algo bueno que contar, como veréis pocas cosas se me han quedado por hacer en la vida: aprendí el oficio de carpintero, emigré a Barcelona, trabajé 22 años en carpintería, he sido hostelero, me inventé un mostrador portátil para vender refrescos en el río, me iba al pontón con el coche y en el maletero, en cubas con hielo, metía las botellas pero eso fue poco rentable, vendí cupones de minusválidos, pero me di cuenta que yo no servía para ofrecer, yo quería que vinieran a comprarme, tuve que dejarlo.
También fui cazador, no como medio de vida, solamente como afición en tiempos libres, lo que más me gustaba era la caza del conejo con perros y el reclamo de perdiz.                    
Estando trabajando en la carpintería hubo un compañero, muy buena persona, con el que todos los fines de semanas me iba a cazar, desde la mañana temprano hasta el anochecer, este gran hombre fue Andrés Navarro. Yo ya llevaba varios años yendo de caza pero Andrés además de ser un buen compañero fue mi gran maestro en este gremio. Entre los dos tuvimos épocas de buenos perros, el tuvo tres inmejorables: Roberto, Chispa y Blanquita. Las mías eran tres hembras: Ligera, Linda y Canela y un macho que le llamaba Nerón, unos animales inmejorables, levantaban la pieza y jamás perdían la huella en terrenos difíciles como es el Albarracín o tenían que entrar a la escopeta o al boquete. Antes había más conejos y mejores perros. Andrés fue uno de entre muchos amigos que no se pueden olvidar jamás, por eso quiero homenajearte con estas líneas dedicadas para ti.
Mi amigo y compañero Andrés  Navarro
Creo haber cumplido a lo largo de estos años pasados con los deberes y obligaciones de un hombre honesto. Con lo que nunca voy a estar de acuerdo es que después de mis acontecimientos en la vida vaya a tener una vida más corta de lo normal. Con esto quiero decir que ahora cuando se está jubilado es cuando se puede viajar, ir de excursiones, conocer ciudades, países, pues nada de eso puedo hacer por culpa de mi invalidez, tengo que estar postrado en esta silla de ruedas lo que me queda de vida, ya lo único que puedo hacer es distraerme escribiendo, ver un partido de futbol, darme un paseo que otro en la silla, no pensar en lo que antes hacías y ahora no puedes, porque  eso sería acabar antes de tiempo.
Después de todo lo que me ha acontecido en el pasado tengo que asumir que he entrado en la cuenta atrás. De más sabemos que para irse de este mundo lo único que hace falta es estar en él, pero cuando se llega a cierta edad, y muy padecido, te vas dando cuenta que en el momento menos pensado puedes dejarlo para siempre. Hay momentos que desearías la muerte, ¡cuantas veces en momentos angustiosos la has aclamado!, pero después piensas y recapacitas: la vida es así, tienes sus momentos de angustia o de bienestar. Pero diré como decía uno que yo conocí: “me gustaría vivir cuatrocientos años, aunque fuese de pavero”, a mí  también me gustaría, aunque fuese en esta maldita silla de ruedas.
Yo que contaba vivir el resto de mi vida de pié y caminando en estos campos de Dios, entre la naturaleza, disfrutando de la vida, y me encuentro sin poder hacer lo que tanto he deseado, poder defenderme como una persona normal el resto de lo que me queda. Ya no me queda más remedio que estar ataviado a la silla de ruedas, el destino así lo ha querido.
Recuerdo cuando iba de caza con los perros y la escopeta, de tanto que me gustaba este deporte, la noche ante soñaba con los campos y montes que iba a estar el día siguiente, y lo hacía realidad. En cambio, hoy sueño quizás más que entonces pero cuando despierto y veo que sólo ha sido un sueño, te aburres. Aun así recuerdas aquellos momentos agradables de la vida, aunque nunca más podré vivirlos a no ser que Dios me diga, cómo le dijo a Lázaro, ponte en pié y camina, pero eso es muy difícil, no me queda nada más que aceptar lo que la vida ha querido para mí, no sé si me lo he merecido o el destino me lo tenía guardado.
Conejo levantado por los perros

Es difícil olvidar aquellos campos donde tantas veces estuve. Lo guardo en mi mente igual que si tuviera un video grabado. El primer día que fui de caza fue con una escopeta del calibre 16 que me prestó un amigo, Miguel Ruiz Gutiérrez, le decíamos todos Miguel el del guarda. Ese día de caza fuimos tres: Antonio Domínguez Zapata   hermano de Pepe el electricista, Miguel y yo, ¡lo que anduvimos aquel día!. Salimos al amanecer río abajo, Olivar del Médico, Vega del Garrobo, Cañajoso, Las Salinas, El Juncoso y volver, subir por lo del Blanquito a Las Lomas de Prado del Rey, cuando llegamos al Huerto Blanquillo era ya de noche. Cuento esto para que os hagáis una idea lo que he andado y ahora como me encuentro, eso fue un día, pero ¡cuantas veces he andado todas las fincas de la redonda, miles de veces!.
Es imposible volver al pasado pero, por lo menos, me queda el recuerdo de haber disfrutado de la naturaleza.  Tuve mis incidentes una vez que otra pero nunca fueron graves gracias a Dios. Con la escopeta tenía siempre mucha precaución, fueron muchas las veces que rodé con la escopeta en las manos pero nunca se me fue un tiro, por precaución, cuando iba andando, siempre le ponía el seguro.