martes, 3 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 5. Una buena idea.

Estando ingresado en el hospital tenía un compañero de habitación, de Algeciras, que intentó suicidarse en un cable de alta tensión y hablando de los problemas que se me podían plantear económicamente él me preguntó: “¿en tu pueblo no hay ningún Pub?”,  le contesté: “pues no” y me dijo: “pues si puedes montar uno móntalo que están teniendo mucho éxito”, me dio la idea. Yo tenía un salón debajo de mi casa, la cabeza no me paraba de girar, lo estudié y le metí mano, un poco desconfiado, porque yo me preguntaba: ¿mira que si me falta dinero y no puedo terminarlo?. En verdad me vi  achuchado pero yo tenía una corazonada de que me iba a ir bien. Eché valor y pedí 150.000 pesetas prestadas, me las prestaron y termine lo que era la obra, que por cierto, me la hizo Antonio Román Silva que fue un gran maestro albañil y muy buena persona. Me quedó algo para comprar un botellero, la instalación eléctrica me la montó mi cuñado Gaspar con la colaboración de Curro Román, Fernando López y también alguna manilla de Ramón Gago. Para el mobiliario hice unas mesitas bajitas y unos sofás de dos plazas, los compañeros de trabajo me lo hicieron a deshora, no me cobraron nada por las horas que echaron, tengo que agradecer su colaboración; la madera más las horas  de maquinaria lo pagué yo aparte.
Claro, como cosa lógica, era imprescindible un aparato de música en un pub, mi cuñado Juan Corbacho tenía uno y se ofreció a dejármelo y pagárselo cuando pudiera. Cuando me recupere económicamente fui pagando los débitos que había dejado, al año justo de estar funcionando pagué las 150.000 pesetas que me prestaron, más 50.000 de las maderas y el tiempo de maquinarias.
Como se suele decir, di en el clavo. Fue el primer pub que se abrió al publico aquí en El Bosque, lo abrí el día 4 de Junio de 1982, tuve una aceptación prodigiosa, me hice de una clientela estupenda, no sólo de los pueblos vecinos como Ubrique, Benamahoma, Prado del Rey, sino que también los tuve de Cádiz, muchas familias y parejas que venían a veranear, de toda la redonda; pero lo que pasa siempre, al momento empezaron los problemas, los ruidos que molestaban a los vecinos. Tuve que ir varias veces al cuartel porque me denunciaban, las quejas me llovían, yo comprendía que los escándalos a deshora molestan, aunque pagues todos tus derechos, yo no abrí hasta no tener todos los requisitos que me exigieron por aquellas fechas, pagué de licencia fiscal hasta más de 60.000 pesetas, creo que fue algo abusivo porque yo me enteré que otros bares pagaban unas tres o cuatro mil, eso se pagaba anualmente.
Yo este negocio lo desconocía totalmente, estaba perdido completamente, tampoco había frecuentado bares, menos mal que mí cuñado Gaspar llevaba varios años trabajando en la hostelería y conocía el tema, estuvo conmigo un tiempo y me enseñó algo, pero a mí me pedían un Gin Tonic o un Gin Limón y no sabia lo que era. Toda la juventud se volcó conmigo, tenía una música selecta, seleccionada por los mismos clientes; hice un pedido a Discoplay, que era una tienda discográfica de Madrid y todos los meses me mandaban la revista, los mismos clientes me hacían los pedidos, así que había música de todos los gustos, en aquella época había muy buena música. Fueron varios los que me señalaban en la revista los discos que tenía que pedir, como Miguel Ángel Olmedo, su hermano Juan José, Gonzalo, aquel secretario que hubo aquí en el Ayuntamiento, Juan Acevedo, Miguel Melgar, Diego Corrales, Curro Román, Jesús Benítez, gente conocedora de la buena música.
Yo fui una persona desinteresada. Siempre si la cuenta eran, por ejemplo, trescientas veinte le decía: “deja el pico es igual”. Llegaron a decirme varias personas: “Pepe, eso al cabo de un tiempo son dineros”, pero yo seguía con la misma tónica. Hice muy buena clientela, hubo unos cuantos años que me fue muy bien, desde el 82 que lo abrí hasta el 95-96. Después salió esto de las botellonas, desde entonces todos estos negocios, bares de copas, se vinieron abajo, en picado, pero en los años buenos gané dinero, la juventud, y de todas las edades, me acogieron con mucho entusiasmo. Recuerdo que a la hora de abrir me estaban esperando en la puerta, tuve un gran éxito.
Fueron unos años muy buenos para los bares de copas pero a la vez, parece ser, que empezó lo malo de la vida: la droga. Los años ochenta fueron confundidos por muchos, el haber pasado, hacía poco tiempo, de la dictadura a la democracia, hizo que se confundiera la libertad con el libertinaje. Parece ser que al ser humano les gusta lo prohibido y cuando algo malo se extiende la persona se corrompe. El que la prueba quiere repetir tantas veces como el cuerpo se la pide y eso es lo que lleva a robar, a matar, eso no lo he vivido pero me lo supongo, el que cae en eso es capaz de matar a su propia familia, a mi se me dieron muchos casos, lógico y normal, trabajando en un bar de copas a deshora, donde los que más frecuentaban estos establecimientos eran jóvenes, pues no se podía esperar otra cosa. Aunque entre aquella juventud había muchos responsables, no se puede juzgar a todos por igual, pero veías cosas que tu desconocías de más de uno, conforme yo me iba enterando, lo que aquello era, les llamaba la atención, yo no podía consentir que dentro de mi casa se hicieran cosas prohibidas; yo les decía: “para hacer esas cosas te vas a la calle y no me tienes que poner a mi en compromiso”. Yo creo que detrás de una barra es donde más cosas se aprenden y donde más te abren los ojos. A mi llegaron más de una vez a ofrecerme aparatos de música, radio-casetes, cadenas de oro, cordones, de todas esas prendas con valor, por unos precios bajísimos, pero yo me di cuenta que eso no era bienvenido, eso era para coger dinero, para drogas o para vicios, nunca intenté aprovecharme de nadie, mi madre me domó bien domado y me contaba muchas veces de todo lo que tenía que huir.
De Benamahoma tuve una clientela inmejorable, venían un grupo de muchachos con Pepe Lobatón, se lo pasaban en grande y nunca tuve un rifirrafe con ninguno, hacíamos campeonatos de billar americano donde casi todos intervenían. A Pepe Lobatón le conocí yo como cliente de mi casa, me di cuenta que era un hombre muy buena gente, amigos de sus amigos, desinteresado, él sabía que me gustaba la caza con reclamo de perdiz y no pasaba ningún año que no me mandara el permiso para que fuese a su finca a cazar. Le doy las gracias, una y mil veces, ya por mi invalidez he tenido que volverle la espalda a todo, pero siempre lo tendré en la memoria porque estas buenas acciones no se pueden olvidar.
Creo que montar el Pub fue para mí un acierto, aunque me dio muchos quebraderos de cabeza, pero me aseguré unos cuantos años para sacar mis hijos adelante y tener algo en mí ajustado patrimonio, que, al fin y al cabo, no es nada para todo lo que hemos luchado toda la familia.
Con el tiempo yo notaba que mis fuerzas se iban apagando como una vela, cada vez me sentía las piernas más débiles, pero yo miraba siempre hacia adelante, lo pasado tenía que olvidarlo porque todo lo superé, lo que tenías que afrontar era a lo que se te podía presentar y sacar fuerza de flaqueza para superarlo. En el Pub fueron los últimos años de mi trabajo más fuerte, yo veía que cada vez las escaleras me costaba más subirlas pero siempre me inventaba algo para ponérmelo mas fácil: el escalón tenia veinte centímetros,  me invente un cajón chiquito con un rabo, como un recogedor, así que lo iba mudando y se me hacia el escalón mas bajo. Pero hubo muchos días que subía las escaleras a gata, esas madrugadas de frío y humedad la pared se ponía mojada y se me resbalaba la mano que apoyaba, porque las subía con una mano en el bolsillo haciendo fuerzas sobre la pierna y la otra en la pared. Siempre, para todo, se me ocurría algo, para bajarme del coche, para todo, así fueron unos pocos de años pero me defendía con más o menos trabajo. Muchas de las veces me llevaba las cajas de refrescos arrastrándolas hasta dentro de la barra para meterlas en la nevera. En verano abría a las seis de la tarde y me daban las cinco de la mañana ya que a mi me gustaba dejar la barra, los ceniceros, los vasos, todo limpio, incluso las neveras llenas para que al otro día estuviera todo en condiciones y no tener nada más que abrir.

La madrugada del día 3 de febrero de 1991, a las cuatro de la mañana, estaba mi hijo Rubén, que era un crío, conmigo y le dije que se fuese a dormir que yo terminaría, me quedé solo y cuando lo dejé todo en orden me fui a dormir. Pero estando en el dormitorio me entró un dolor en el pecho y en el brazo izquierdo, de momento mi mujer buscó al médico de urgencias, vino a mi casa, me reconoció y me dijo que era un infarto de miocardio. En ese momento se llamó a la ambulancia y me llevaron a Jerez, el hospital de Villamartín no existía, ingresé y me pusieron en cuidados intensivos. A los 3 o 4 días me pasaron a la habitación, estuve ingresado unos catorce días, se me hicieron años, el negocio abandonado porque todos mis hijos eran de corta edad. Todo esto lo superé poco a poco, pero fue un mazazo. El médico me dijo que no podía fumar, eso fue lo de menos porque de momento dejé de fumar pero no podía estar donde se fumara, así que cada vez estaba menos tiempo en el Pub. Mi Rubén y los hermanos se hicieron cargo y el Pub siguió adelante.

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