Capítulo
5. Una buena idea.
Estando ingresado en el hospital tenía
un compañero de habitación, de Algeciras, que intentó suicidarse en un cable de
alta tensión y hablando de los problemas que se me podían plantear
económicamente él me preguntó: “¿en tu pueblo no hay ningún Pub?”, le contesté: “pues no” y me dijo: “pues si
puedes montar uno móntalo que están teniendo mucho éxito”, me dio la idea. Yo tenía
un salón debajo de mi casa, la cabeza no me paraba de girar, lo estudié y le
metí mano, un poco desconfiado, porque yo me preguntaba: ¿mira que si me falta
dinero y no puedo terminarlo?. En verdad me vi
achuchado pero yo tenía una corazonada de que me iba a ir bien. Eché
valor y pedí 150.000 pesetas prestadas, me las prestaron y termine lo que era
la obra, que por cierto, me la hizo Antonio Román Silva que fue un gran maestro
albañil y muy buena persona. Me quedó algo para comprar un botellero, la
instalación eléctrica me la montó mi cuñado Gaspar con la colaboración de Curro
Román, Fernando López y también alguna manilla de Ramón Gago. Para el
mobiliario hice unas mesitas bajitas y unos sofás de dos plazas, los compañeros
de trabajo me lo hicieron a deshora, no me cobraron nada por las horas que
echaron, tengo que agradecer su colaboración; la madera más las horas de maquinaria lo pagué yo aparte.
Claro, como cosa lógica, era
imprescindible un aparato de música en un pub, mi cuñado Juan Corbacho tenía
uno y se ofreció a dejármelo y pagárselo cuando pudiera. Cuando me recupere
económicamente fui pagando los débitos que había dejado, al año justo de estar
funcionando pagué las 150.000 pesetas que me prestaron, más 50.000 de las
maderas y el tiempo de maquinarias.
Como se suele decir, di en el clavo. Fue
el primer pub que se abrió al publico aquí en El Bosque, lo abrí el día 4 de
Junio de 1982, tuve una aceptación prodigiosa, me hice de una clientela
estupenda, no sólo de los pueblos vecinos como Ubrique, Benamahoma, Prado del
Rey, sino que también los tuve de Cádiz, muchas familias y parejas que venían a
veranear, de toda la redonda; pero lo que pasa siempre, al momento empezaron
los problemas, los ruidos que molestaban a los vecinos. Tuve que ir varias
veces al cuartel porque me denunciaban, las quejas me llovían, yo comprendía
que los escándalos a deshora molestan, aunque pagues todos tus derechos, yo no
abrí hasta no tener todos los requisitos que me exigieron por aquellas fechas,
pagué de licencia fiscal hasta más de 60.000 pesetas, creo que fue algo abusivo
porque yo me enteré que otros bares pagaban unas tres o cuatro mil, eso se
pagaba anualmente.
Yo este negocio lo desconocía totalmente, estaba perdido
completamente, tampoco había frecuentado bares, menos mal que mí cuñado Gaspar
llevaba varios años trabajando en la hostelería y conocía el tema, estuvo
conmigo un tiempo y me enseñó algo, pero a mí me pedían un Gin Tonic o un Gin Limón
y no sabia lo que era. Toda la juventud se volcó conmigo, tenía una música
selecta, seleccionada por los mismos clientes; hice un pedido a Discoplay, que era una tienda
discográfica de Madrid y todos los meses me mandaban la revista, los mismos
clientes me hacían los pedidos, así que había música de todos los gustos, en
aquella época había muy buena música. Fueron varios los que me señalaban en la
revista los discos que tenía que pedir, como Miguel Ángel Olmedo, su hermano
Juan José, Gonzalo, aquel secretario que hubo aquí en el Ayuntamiento, Juan
Acevedo, Miguel Melgar, Diego Corrales, Curro Román, Jesús Benítez, gente
conocedora de la buena música.
Yo fui una persona desinteresada. Siempre
si la cuenta eran, por ejemplo, trescientas veinte le decía: “deja el pico es
igual”. Llegaron a decirme varias personas: “Pepe, eso al cabo de un tiempo son
dineros”, pero yo seguía con la misma tónica. Hice muy buena clientela, hubo
unos cuantos años que me fue muy bien, desde el 82 que lo abrí hasta el 95-96. Después
salió esto de las botellonas, desde entonces todos estos negocios, bares de
copas, se vinieron abajo, en picado, pero en los años buenos gané dinero, la
juventud, y de todas las edades, me acogieron con mucho entusiasmo. Recuerdo que
a la hora de abrir me estaban esperando en la puerta, tuve un gran éxito.
Fueron unos años muy buenos para los
bares de copas pero a la vez, parece ser, que empezó lo malo de la vida: la
droga. Los años ochenta fueron confundidos por muchos, el haber pasado, hacía
poco tiempo, de la dictadura a la democracia, hizo que se confundiera la
libertad con el libertinaje. Parece ser que al ser humano les gusta lo
prohibido y cuando algo malo se extiende la persona se corrompe. El que la
prueba quiere repetir tantas veces como el cuerpo se la pide y eso es lo que
lleva a robar, a matar, eso no lo he vivido pero me lo supongo, el que cae en
eso es capaz de matar a su propia familia, a mi se me dieron muchos casos,
lógico y normal, trabajando en un bar de copas a deshora, donde los que más frecuentaban
estos establecimientos eran jóvenes, pues no se podía esperar otra cosa. Aunque
entre aquella juventud había muchos responsables, no se puede juzgar a todos
por igual, pero veías cosas que tu desconocías de más de uno, conforme yo me
iba enterando, lo que aquello era, les llamaba la atención, yo no podía consentir
que dentro de mi casa se hicieran cosas prohibidas; yo les decía: “para hacer
esas cosas te vas a la calle y no me tienes que poner a mi en compromiso”. Yo creo
que detrás de una barra es donde más cosas se aprenden y donde más te abren los
ojos. A mi llegaron más de una vez a ofrecerme aparatos de música, radio-casetes,
cadenas de oro, cordones, de todas esas prendas con valor, por unos precios
bajísimos, pero yo me di cuenta que eso no era bienvenido, eso era para coger
dinero, para drogas o para vicios, nunca intenté aprovecharme de nadie, mi
madre me domó bien domado y me contaba muchas veces de todo lo que tenía que
huir.
De Benamahoma tuve una clientela
inmejorable, venían un grupo de muchachos con Pepe Lobatón, se lo pasaban en
grande y nunca tuve un rifirrafe con ninguno, hacíamos campeonatos de billar
americano donde casi todos intervenían. A Pepe Lobatón le conocí yo como
cliente de mi casa, me di cuenta que era un hombre muy buena gente, amigos de
sus amigos, desinteresado, él sabía que me gustaba la caza con reclamo de perdiz
y no pasaba ningún año que no me mandara el permiso para que fuese a su finca a
cazar. Le doy las gracias, una y mil veces, ya por mi invalidez he tenido que volverle
la espalda a todo, pero siempre lo tendré en la memoria porque estas buenas acciones
no se pueden olvidar.
Creo que montar el Pub fue para mí un
acierto, aunque me dio muchos quebraderos de cabeza, pero me aseguré unos
cuantos años para sacar mis hijos adelante y tener algo en mí ajustado
patrimonio, que, al fin y al cabo, no es nada para todo lo que hemos luchado
toda la familia.
Con el tiempo yo notaba que mis
fuerzas se iban apagando como una vela, cada vez me sentía las piernas más
débiles, pero yo miraba siempre hacia adelante, lo pasado tenía que olvidarlo
porque todo lo superé, lo que tenías que afrontar era a lo que se te podía
presentar y sacar fuerza de flaqueza para superarlo. En el Pub fueron los últimos
años de mi trabajo más fuerte, yo veía que cada vez las escaleras me costaba
más subirlas pero siempre me inventaba algo para ponérmelo mas fácil: el escalón
tenia veinte centímetros, me invente un
cajón chiquito con un rabo, como un recogedor, así que lo iba mudando y se me
hacia el escalón mas bajo. Pero hubo muchos días que subía las escaleras a
gata, esas madrugadas de frío y humedad la pared se ponía mojada y se me
resbalaba la mano que apoyaba, porque las subía con una mano en el bolsillo
haciendo fuerzas sobre la pierna y la otra en la pared. Siempre, para todo, se
me ocurría algo, para bajarme del coche, para todo, así fueron unos pocos de
años pero me defendía con más o menos trabajo. Muchas de las veces me llevaba
las cajas de refrescos arrastrándolas hasta dentro de la barra para meterlas en
la nevera. En verano abría a las seis de la tarde y me daban las cinco de la
mañana ya que a mi me gustaba dejar la barra, los ceniceros, los vasos, todo
limpio, incluso las neveras llenas para que al otro día estuviera todo en
condiciones y no tener nada más que abrir.
La madrugada del día 3 de febrero de
1991, a las cuatro de la mañana, estaba mi hijo Rubén, que era un crío, conmigo
y le dije que se fuese a dormir que yo terminaría, me quedé solo y cuando lo
dejé todo en orden me fui a dormir. Pero estando en el dormitorio me entró un
dolor en el pecho y en el brazo izquierdo, de momento mi mujer buscó al médico
de urgencias, vino a mi casa, me reconoció y me dijo que era un infarto de
miocardio. En ese momento se llamó a la ambulancia y me llevaron a Jerez, el
hospital de Villamartín no existía, ingresé y me pusieron en cuidados
intensivos. A los 3 o 4 días me pasaron a la habitación, estuve ingresado unos
catorce días, se me hicieron años, el negocio abandonado porque todos mis hijos
eran de corta edad. Todo esto lo superé poco a poco, pero fue un mazazo. El médico
me dijo que no podía fumar, eso fue lo de menos porque de momento dejé de fumar
pero no podía estar donde se fumara, así que cada vez estaba menos tiempo en el
Pub. Mi Rubén y los hermanos se hicieron cargo y el Pub siguió adelante.
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