domingo, 8 de diciembre de 2013

VIRUTAS DEL PASADO. AUTOBIOGRAFÍA

Capítulo 1. Recuerdos de Infancia.

Un veinte de mayo de mil novecientos cuarenta fue la fecha de mi nacimiento. Nací en  los extramuros de El Bosque, mi pueblo, en el sitio llamado Huerto del Río. En este sitio nos criamos toda la familia, por ese motivo nos llaman a todos los del Huerto del  Río. Nosotros fuimos ocho hermanos, cinco hembras y tres varones, por orden así nos llamamos: Francisca, Manuel, Isabel, Laureana, Josefa, Ana Jesús, Francisco y José.

Pepito, con tres meses.

Con la edad de seis o siete años me empezaron unas dolencias, sobre todo en los gemelos. Recuerdo que mi hermana Francisca, que vivía en Las Lomas porque el marido, Daniel Jiménez Olmo, mi ¡intachable! cuñado, trabajaba de cabrero allí. Esta finca es del término de Benaocaz y había que subir todas las cuestas del monte Albarracín hasta llegar a la casa. Yo me di cuenta que alguna anomalía física tenía; subir, subía con mucha dificultad y bajar, era un dolor muy intenso en los gemelos, todos los médicos me diagnosticaban una escoliosis dorsal por motivos de una caída que tuve. Los médicos se equivocaron y nosotros también.
Quiero recordar un caso histórico. El dieciocho de agosto de mil novecientos cuarenta y siete, entonces tenía la edad de siete años, fue la explosión del polvorín de Cádiz, a las diez de la noche. Esa noche estaba yo en Las Lomas, desde este sitio se dominan muchos pueblos y ciudades ya que está por lo menos a 600 metros sobre el nivel del mar, y se escuchó la detonación en el silencio que siempre reina de noche en el campo, se vio la iluminación de la explosión que duró por lo menos seis horas; la mayor catástrofe en Cádiz después del maremoto de mil setecientos cincuenta y cinco.
Cuando cumplí ocho años se me puso un dolor en el costado izquierdo a la altura de la cintura, sería de la escoliosis dorsal que tenía. Yo me ponía la mano porque sentía alivio. Un día me llevó mi hermano el mayor a cazar con el reclamo de perdiz y al volver le comentó a mi madre: “¡mamá, el niño anda con dificultad!”. Entonces me llevaron al medico que había aquí en El Bosque, este médico se llamaba Don José Ruedas, y nos dijo que estaba mal de la columna vertebral. La columna era cierto que tenía una desviación, entonces que ocurre, los comentarios y consejos a mi madre, muchos les decían Ana por qué no lo llevas a Montejaque, un pueblo de la provincia de Málaga, que había un curandero de huesos, que ponía los huesos bien. Pues me llevó, mi madre, que como todas las madres quieren lo mejor para sus hijos, pero no fue cosa muy acertada porque desde donde nos dejaba el autobús de línea, que le dicen el cortijo Las Piletas, hasta el curandero había cuatro o cinco kilómetros, los cuales fui andando con mi hermano y mi madre pero regresar no pude. Tuvo mi madre que alquilar un mulo porque no había ni taxis, ni particulares con coches. Aquel curandero me dio un masaje en la espalda con unas manos grandísimas que tenía y me puso mucho peor.
A raíz de aquello le dijeron a mi madre que en Jerez había un medico muy bueno, traumatólogo, que trabajaba en el Sanatorio Santa Rosalía y Beato Juan Grande, un tal Don José Girón. En aquel momento mi madre empezó a arreglar todos los documentos necesarios, le costó dar muchos pasos, ya que le ponían inconvenientes por todos los sitios. Este Sanatorio era de los Hermanos de la Caridad, eran como frailes, les decían hermanos de San Juan de Dios, salían a la calle a pedir limosnas para poder curar a los niños, a la vez cubrir gastos de médicos, limpiadoras y demás, aunque muchos médicos trabajaban gratis. Allí sólo entraban niños y niñas menores de cierta edad, yo no estuve ingresado, iba me visitaban y cada dos o tres meses volvía a consulta. Este medico me dijo que tenia una “escoliosis dorsal lumbar”, mi madre en aquel entonces se gastó un dinero curioso en mi; cada vez que iba a consulta me ponían boca abajo y me echaban el yeso en la espalda para que tomara la moldura del cuerpo. Así estuve dieciocho meses, en cama dura, una tabla con una manta sobre la tabla y acostado sobre ese yeso, así estuve todo ese tiempo. Creo que fue el peor tratamiento que me pudieron mandar los médicos, siempre mandaban reposo; hoy están los gimnasios para hacer rehabilitación, eso hubiera sido lo mejor, no que después de tanto tiempo, al querer andar, tuve que rehacer los músculos, articulaciones y demás, ya que todo se me quedó entumido por no tener movimiento. Mi madre, la pobre, llegó a desconfiar de mí. Ella se preguntaba: “cómo es posible que con la edad que tiene no le dé a escondidas por levantarse”. Se escondía en un maíz que había frente de la casa a ver si yo me levantaba; viendo que no lo hacía me dice un día: “Pepe levántate”, ella creía que nunca mas volvería andar; lo intenté pero después de tantos meses acostado me daban muchos mareos y no tenía fuerza en las piernas. Yo fui un niño que también hice mis travesuras pero a la vez fui obediente. Tuve una madre que nos supo educar, y sin padre, porque yo me quede huérfano de padre con cuatro años.
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Cuando he dicho antes que mi madre se gastó un dinero en mí, pues sí, porque cada vez que me llevaba a Jerez tenía que alquilar un camión para llevarme tendido en la cama, te estoy hablando de los años cincuenta. Un señor, que se llamaba Diego Aragón y era dueño del Molino de Enmedio, donde hoy está el albergue, tenía camiones. Mi madre se lo alquilaba para llevarme cuando tenía que ir a consulta por el precio de setecientas pesetas, que en aquellos años eran dineros. Aquí, en El Bosque, había un carpintero que se llamaba Rafael Camarero Cuenca y le dijo a mi madre: “¡Ana, usted no puede pagar ese dinero cada vez que tenga que ir a Jerez!, yo voy a hablar con el cobrador de Los Amarillos, que era un tal Antonio Aguilar, muy buena gente, a ese coche le decían “el directo” por que iba directo de Ubrique a Jerez pasando por aquí, por El Bosque. También le decían “el fantasma” porque circulaba más de noche que de día. Así que fue Rafael y le dijo que si podía tomarle la medida a tres asientos de la parte de atrás, los asientos eran corridos en aquellos coches de aquella época, y le dijo que sí. Mi madre pagaba tres asientos pero ya no era un camión cada vez que tenía que ir, que fueron bastantes veces, pues así pasaron dieciocho largos meses.   
 Todo  este tiempo que estuve en cama no lo pasé demasiado mal porque iban muchos niños a jugar y a hacerme cosas que yo no podía. Por ejemplo Pepe Doblas, padre de Anita y de Pepe, vivían en el molino de En medio, actualmente es el albergue, y yo en el Huerto del Río, que solo distancian metros, y le dijo mi madre: “Pepito, cuando quieras te vienes con mi niño a jugar porque está casi siempre solo”. Así fue, se venía muchas veces.
Recuerdo que unos de mis hermanos me trajo un nido de gorriones con seis pajarillos y los metí en una jaula, cuando iba a darles de comer me traían la jaula a la cama, como estaba acostado siempre boca arriba me ponía la jaula en el pecho y uno a uno les iba dando de comer, llegaron a ponerse de grande como los padres. Tenía la jaula colgada en las parras que había en la puerta de la casa porque la cama que yo tenía era un banco con cuatro patas, de unos sesenta centímetros de ancho por uno cincuenta de largo, y me transportaban donde querían. Recuerdo que yo le decía a Pepe Doblas, que era un crío más o menos de mi edad,: “Pepito ábrele la puerta que les voy hadar de comer”. Yo les llamaba con un sonido que le hacía con la boca y acudían pero se me ponían en la cara todos a la vez y me arañaban, tuve que tomar el sistema de que me los soltara uno a uno por que todos querían comer a la vez. Es curioso, parece que algo me ayudaba a pasar el tiempo.
Quiero contar otras dos anécdotas. Me trajeron un conejo chiquito de campo, lo metimos en un cajón y lo críe. Me lo ponían encima de una silla y le daba de comer la hierba por los boquetitos de la tela metálica pero cuando era grandecito se escapó y estuvo bastante tiempo perdido. Ya casi no me acordaba y un buen día como a mi hermano Manolo le gustaba la caza y teníamos tres perros y él los tenía enseñados, levantaron el conejo en unos zarzales que había detrás de la casa y se vino donde yo estaba dándole vueltas a la cama, los perros detrás, hasta que mi hermano Curro lo pudo coger y lo metió otra vez en su cajón.
La otra fue que me trajeron un huevo de cogujada y como yo tenía un hueco por debajo de la cintura en la escayola porque tenía forma de teja y sobre eso estaba yo acostado, pues iba a comer, o a hacer algo, y metía el huevo en ese hueco. El de más tiempo lo tenía siempre en la mano, así transcurrieron diecisiete o dieciocho días, pero se me cayó y se partió, ya estaba el pajarillo para salir. De esta forma y con estas anécdotas que me ocurrieron parece ser, que el tiempo se me hizo más corto.
Me ocurrió otra cosa que se me ha venido a la memoria, a lo mejor a muchos os costará creer, pero pongo a Dios por testigo que es tan cierto como que me tengo que morir. En mi casa escuchaba el tic-tac de un reloj despertador, siempre de noche me seguía por donde quiera que fuera. Me trajeron a casa de mi hermana Francisca para que el ATS  que había entonces, que era José Marín Gallardo, no tuviese que bajar a el Huerto del Rió de noche porque me inyectaban penicilina cada seis horas por si había algún foco de infección, no fue necesario pero esa medicina era nueva y se la ponían a uno para cualquier cosa. El tic-tac lo escuché en Jerez donde pasé una noche en casa de una amiga de mi madre porque al otro día tenía consulta temprano. Recuerdo que mi hermano Curro fue una noche al cine, que por aquellas fechas lo había aquí en El Bosque, y cuando regresó, era una noche de frío y mi madre había encendido el brasero pero ya el rescoldo estaba apagado pero quedaba la ceniza caliente, mi hermano metió los pies para después limpiárselos y acostarse escuchó el reloj pegó un salto y se metió en la cama sin limpiárselos.
Nadie me ha descrito porqué esto aconteció, si me anunciaba algo nunca llegué a saberlo pero fue real. Soy una persona que no me ha gustado mentir y mucho menos la fantasía tampoco he sido supersticioso, soy bastante creyente, hay cosas en tu mente que tienes guardadas que cuando las recuerdas parece que las estas volviendo a vivir.
Antes había muchas fiestas eclesiásticas, la religión se llevaba con mucha disciplina los maestros nos exigían ir a misa todos los domingos y todos los días por la tarde al Rosario, como no fueras tenías castigo seguro.     
La primera vez que trajeron aquí la virgen de Fátima, después de aparecerse a los tres pastorcillos en Portugal, sería en el 1946 o 1948 más o menos, no recuerdo el año, lo que si me acuerdo que el día antes cayó una nevada de las grandes, hacía un frío que pelaba. La virgen entró por el lado de Ubrique, la esperamos un poco mas allá del chalet de Rogelia, en esa rectita que hay. Los maestros nos pusieron a saltar y a correr para calentarnos, por fin llegó y se la trajeron a la puerta de la iglesia. Venia en un coche chico con cajón, como una camioneta con un toldo, así recorrió toda España, después volvió un par de veces más.
La primera vez que aquí se celebró el día de la virgen María Auxiliadora fue el quince de agosto por mediación de Doña María Ramírez, madre de Diego Aragón, también tenía un hijo sacerdote, Don Miguel. Ella lo promovió todo, la imagen de la virgen María Auxiliadora la compró ella, la misma que tenemos. Vinieron los seminaristas del Seminario de Málaga, todos con sus sotanas negras. Paraban en el Molino de Enmedio que era de Diego, lo que entonces había en el molino era una cooperativa de panadería, surtían a muchos pueblos de la redonda ya que tenían camiones.
Una tarde me dio mi madre un trozo de manta para secarme después de bañarme porque íbamos a bañarnos a un charco que se le decía el charco Tomás y estaban todos los seminaristas, unos jugando otros sentados, era la hora de la siesta, yo que iba descalzo y con aquel trozo de manta me dijo uno de ellos: “niño ven toma”, sacó un trozo de pan del bolsillo y me lo dio, yo por apuro lo cogí pero cuando no me veían lo tiré, en aquel momento no tenía hambre. Esta fiesta de la que hablo pasó después a celebrarse tres días, era unas fiestas eclesiásticas y se convirtieron en folclóricas en honor al veraneante.   

El molino de Enmedio con esa cooperativa se fue a la quiebra. Pusieron un hombre de guarda para que cuidara de las maquinarias, herramientas, etc. Yo siempre visitaba mucho ese sitio porque me gustaba ver las maquinarias, las poleas, todo andaba por mediación de un salto de agua ya que eso era lo que hacía mover las poleas y las correas que hacían las transmisiones, el olor a harina y muchas cosas más que anhelo porque me recuerda mi niñez. Un día coincidí con el guarda, que era Curro Román que después le decían Curro el municipal porque ejerció aquí en el pueblo de municipal, estaba el hombre andando con un montón de trastos cuando veo una escopeta chiquita, sería de nueve milímetros, y se me abrieron tanto los ojos que no pude contenerme y le digo: “¡Curro por que no me la da usted!”, me contestó: “si me traes diez duros te la llevas”. Me gustaba mucho la caza porque en mi casa lo había vivido; mi hermano Manolo era un gran aficionado, pero los diez duros fue imposible reunirlos, me quedé con las ganas.

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