jueves, 17 de junio de 2010

DEDICADO A MI MADRE...

Esta mujer se llamaba Ana,
y sus hijos quieren recordarla,
pero hasta que no la nombraban
por Anita la Huerto Rio,
ella no contestaba.

Cuantas penas pasó Ana,
su marido estuvo dos años enfermo en una cama,
sin tener una ayuda ni nada,
ni nadie que la ayudara.

Su marido murió, ocho hijos le dejaba,
el más pequeño de ellos, a su padre lo buscaba,
entraba en la habitación y decía que no estaba,
Ana que lo escuchaba, la pena no la aguantaba,
de ver a su niño que a su padre lo buscaba.

Cuantas penas pasó Ana,
sus hijas que eran pequeñas,
la huerta ellas labraban, las platas sembraban,
y su madre las regaban.
Aquella soleta al hombro, y aquellas botas de agua para que no se mojara.
Cuando terminaba el riego, ropa ajena ella lavaba,
A Isabelita La Blanco y también se la planchaba.

Sus hijas después de labrar la huerta,
fuera las peonás echaban,
y cuando volvían a la casa, una la casa limpiaba,
otra la ropa planchaba y otra por el cántaro de agua.
A su madre respetaban,
porque ellas veían que a ella,
tiempo no le daba.

A la salida del pueblo, las basuras las tiraban,
Ana hacía montones, para que en el sol se secaran.
Cuando se hacían estiércol, en la burra que tenía,
ella el estiércol cargaba y a la huerta los llevaba,
para estercolar sus plantas.

En aquel río, aquella agua tan clara,
las mujeres allí lavaban,
una era Gertrudis, Pepa la Perejona,
Juana la Pepa López y también María la Guarda.

Y Ana les decía: No subir la ropa arriba,
que mañana tenéis que bajarla.
Las paneras la guardaban en aquella habitación donde Ana amasaba.

Al día siguiente bajaban,
tendían la ropa en las veritas del río,
en aquellas hierbas tan verdes, las ropas soleaban,
y Ana las llamaba y les decía:
Venir a tomarse el café. Gertrudis le contestaba. ¿En los jarritos de latas?
Y ella les decía: No, que también tengo tazas.
Ana como sabía que le gustaba la guasa,
le echó el café en los jarritos de lata.

Cuando movían el café, los jarros como sonaban,
les entraba una risa, que no podían aguantarla.
Cuanto distraían a Ana, que hasta las penas la olvidaba.

En el tiempo de la fruta, la fruta se la compraban,
y le decían: Échame un kilo de peras,
y otro de manzanas,
Ana el canasto les llenaba.
Que corazón tenía Ana,
que el que le compraba la fruta,
ella el doble le echaba.

En la tienda de Antonio Ramírez,
ella los mandaos compraba,
y en una libreta, el se los apuntaba.
Ella le dijo: ajústame usted la cuenta,
que yo no puedo ajustarla,
Cuando él le dio la cuenta, a Ana le cambió la cara.
¿Qué es lo que le pasa Ana?
A mi no me pasa nada, ni usted tiene culpa de nada,
que no me queda dinero ni para comprar una casa.

Compró una casa pequeña,
porque ya no le alcanzaba,
Él se quedó con la Huerta,
y el día que se la entregó,
Que pena a Ana le daba,
que tanto habían trabajado sus hijos,
Y la huerta no poder dejársela.

Aquí se acaba la historia,
de Anita la Huerto Río,
Que es muy larga de contarla.

Adiós huerta de mi alma,
con que pena me quedo,
De no poder dejársela a mis hijos de mi alma.

2 comentarios:

  1. Hola, Pepe:
    No está nada mal tu flamante Blog.
    Es muy sentido y nostálgico el contenido. Los versos de tu hermana son dignos de valorar, por las circunstancias que rodean su redacción.

    Enhorabuena.
    Emilio.

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  2. Hola, Pepe:
    Te ruego que pongas a pie de la foto "un día de campo" los nombres de todos y cada uno de los expuestos en la impronta.
    Gracias.

    Abrazo.

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