Capítulo
1. Recuerdos de Infancia.
Un veinte de mayo de mil novecientos cuarenta fue la
fecha de mi nacimiento. Nací en los
extramuros de El Bosque, mi pueblo, en el sitio llamado Huerto del Río. En este
sitio nos criamos toda la familia, por ese motivo nos llaman a todos los del Huerto
del Río. Nosotros fuimos ocho hermanos, cinco
hembras y tres varones, por orden así nos llamamos: Francisca, Manuel, Isabel,
Laureana, Josefa, Ana Jesús, Francisco y José.
Pepito, con tres
meses.
Con la edad de seis o siete años me
empezaron unas dolencias, sobre todo en los gemelos. Recuerdo que mi hermana
Francisca, que vivía en Las Lomas porque el marido, Daniel Jiménez Olmo, mi ¡intachable!
cuñado, trabajaba de cabrero allí. Esta finca es del término de Benaocaz y
había que subir todas las cuestas del monte Albarracín hasta llegar a la casa. Yo
me di cuenta que alguna anomalía física tenía; subir, subía con mucha
dificultad y bajar, era un dolor muy intenso en los gemelos, todos los médicos
me diagnosticaban una escoliosis dorsal por motivos de una caída que tuve. Los
médicos se equivocaron y nosotros también.
Quiero recordar un caso histórico. El
dieciocho de agosto de mil novecientos cuarenta y siete, entonces tenía la edad
de siete años, fue la explosión del polvorín de Cádiz, a las diez de la noche.
Esa noche estaba yo en Las Lomas, desde este sitio se dominan muchos pueblos y
ciudades ya que está por lo menos a 600 metros sobre el nivel del mar, y se
escuchó la detonación en el silencio que siempre reina de noche en el campo, se
vio la iluminación de la explosión que duró por lo menos seis horas; la mayor
catástrofe en Cádiz después del maremoto de mil setecientos cincuenta y cinco.
Cuando cumplí ocho años se me puso un
dolor en el costado izquierdo a la altura de la cintura, sería de la escoliosis
dorsal que tenía. Yo me ponía la mano porque sentía alivio. Un día me llevó mi
hermano el mayor a cazar con el reclamo de perdiz y al volver le comentó a mi
madre: “¡mamá, el niño anda con dificultad!”. Entonces me llevaron al medico
que había aquí en El Bosque, este médico se llamaba Don José Ruedas, y nos dijo
que estaba mal de la columna vertebral. La columna era cierto que tenía una
desviación, entonces que ocurre, los comentarios y consejos a mi madre, muchos
les decían Ana por qué no lo llevas a Montejaque, un pueblo de la provincia de
Málaga, que había un curandero de huesos, que ponía los huesos bien. Pues me
llevó, mi madre, que como todas las madres quieren lo mejor para sus hijos, pero
no fue cosa muy acertada porque desde donde nos dejaba el autobús de línea, que
le dicen el cortijo Las Piletas, hasta el curandero había cuatro o cinco
kilómetros, los cuales fui andando con mi hermano y mi madre pero regresar no
pude. Tuvo mi madre que alquilar un mulo porque no había ni taxis, ni
particulares con coches. Aquel curandero me dio un masaje en la espalda con
unas manos grandísimas que tenía y me puso mucho peor.
A raíz de aquello le dijeron a mi madre que en
Jerez había un medico muy bueno, traumatólogo, que trabajaba en el Sanatorio
Santa Rosalía y Beato Juan Grande, un tal Don José Girón. En aquel momento mi
madre empezó a arreglar todos los documentos necesarios, le costó dar muchos
pasos, ya que le ponían inconvenientes por todos los sitios. Este Sanatorio era de los Hermanos
de la Caridad, eran como frailes, les decían hermanos de San Juan de Dios, salían
a la calle a pedir limosnas para poder curar a los niños, a la vez cubrir
gastos de médicos, limpiadoras y demás, aunque muchos médicos trabajaban gratis.
Allí sólo entraban niños y niñas menores de cierta edad, yo no estuve ingresado,
iba me visitaban y cada dos o tres meses volvía a consulta. Este medico me dijo
que tenia una “escoliosis dorsal lumbar”, mi madre en aquel entonces se gastó
un dinero curioso en mi; cada vez que iba a consulta me ponían boca abajo y me
echaban el yeso en la espalda para que tomara la moldura del cuerpo. Así estuve
dieciocho meses, en cama dura, una tabla con una manta sobre la tabla y
acostado sobre ese yeso, así estuve todo ese tiempo. Creo que fue el peor
tratamiento que me pudieron mandar los médicos, siempre mandaban reposo; hoy
están los gimnasios para hacer rehabilitación, eso hubiera sido lo mejor, no
que después de tanto tiempo, al querer andar, tuve que rehacer los músculos,
articulaciones y demás, ya que todo se me quedó entumido por no tener
movimiento. Mi madre, la pobre, llegó a desconfiar de mí. Ella se preguntaba: “cómo
es posible que con la edad que tiene no le dé a escondidas por levantarse”. Se
escondía en un maíz que había frente de la casa a ver si yo me levantaba; viendo
que no lo hacía me dice un día: “Pepe levántate”, ella creía que nunca mas
volvería andar; lo intenté pero después de tantos meses acostado me daban
muchos mareos y no tenía fuerza en las piernas. Yo fui un niño que también hice
mis travesuras pero a la vez fui obediente. Tuve una madre que nos supo educar,
y sin padre, porque yo me quede huérfano de padre con cuatro años.
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Cuando he dicho antes que mi madre se
gastó un dinero en mí, pues sí, porque cada vez que me llevaba a Jerez tenía
que alquilar un camión para llevarme tendido en la cama, te estoy hablando de
los años cincuenta. Un señor, que se llamaba Diego Aragón y era dueño del
Molino de Enmedio, donde hoy está el albergue, tenía camiones. Mi madre se lo
alquilaba para llevarme cuando tenía que ir a consulta por el precio de
setecientas pesetas, que en aquellos años eran dineros. Aquí, en El Bosque,
había un carpintero que se llamaba Rafael Camarero Cuenca y le dijo a mi madre:
“¡Ana, usted no puede pagar ese dinero cada vez que tenga que ir a Jerez!, yo voy
a hablar con el cobrador de Los Amarillos, que era un tal Antonio Aguilar, muy
buena gente, a ese coche le decían “el directo” por que iba directo de Ubrique
a Jerez pasando por aquí, por El Bosque. También le decían “el fantasma” porque
circulaba más de noche que de día. Así que fue Rafael y le dijo que si podía
tomarle la medida a tres asientos de la parte de atrás, los asientos eran
corridos en aquellos coches de aquella época, y le dijo que sí. Mi madre pagaba
tres asientos pero ya no era un camión cada vez que tenía que ir, que fueron
bastantes veces, pues así pasaron dieciocho largos meses.
Todo este tiempo que estuve en cama no
lo pasé demasiado mal porque iban muchos niños a jugar y a hacerme cosas que yo
no podía. Por ejemplo Pepe Doblas, padre de Anita y de Pepe, vivían en el
molino de En medio, actualmente es el albergue, y yo en el Huerto del Río, que
solo distancian metros, y le dijo mi madre: “Pepito, cuando quieras te vienes
con mi niño a jugar porque está casi siempre solo”. Así fue, se venía muchas
veces.
Recuerdo que unos de mis hermanos me
trajo un nido de gorriones con seis pajarillos y los metí en una jaula, cuando
iba a darles de comer me traían la jaula a la cama, como estaba acostado
siempre boca arriba me ponía la jaula en el pecho y uno a uno les iba dando de
comer, llegaron a ponerse de grande como los padres. Tenía la jaula colgada en
las parras que había en la puerta de la casa porque la cama que yo tenía era un
banco con cuatro patas, de unos sesenta centímetros de ancho por uno cincuenta
de largo, y me transportaban donde querían. Recuerdo que yo le decía a Pepe
Doblas, que era un crío más o menos de mi edad,: “Pepito ábrele la puerta que
les voy hadar de comer”. Yo les llamaba con un sonido que le hacía con la boca
y acudían pero se me ponían en la cara todos a la vez y me arañaban, tuve que
tomar el sistema de que me los soltara uno a uno por que todos querían comer a
la vez. Es curioso, parece que algo me ayudaba a pasar el tiempo.
Quiero contar otras dos anécdotas. Me
trajeron un conejo chiquito de campo, lo metimos en un cajón y lo críe. Me lo
ponían encima de una silla y le daba de comer la hierba por los boquetitos de
la tela metálica pero cuando era grandecito se escapó y estuvo bastante tiempo
perdido. Ya casi no me acordaba y un buen día como a mi hermano Manolo le
gustaba la caza y teníamos tres perros y él los tenía enseñados, levantaron el
conejo en unos zarzales que había detrás de la casa y se vino donde yo estaba
dándole vueltas a la cama, los perros detrás, hasta que mi hermano Curro lo
pudo coger y lo metió otra vez en su cajón.
La otra fue que me trajeron un huevo
de cogujada y como yo tenía un hueco por debajo de la cintura en la escayola
porque tenía forma de teja y sobre eso estaba yo acostado, pues iba a comer, o
a hacer algo, y metía el huevo en ese hueco. El de más tiempo lo tenía siempre
en la mano, así transcurrieron diecisiete o dieciocho días, pero se me cayó y
se partió, ya estaba el pajarillo para salir. De esta forma y con estas
anécdotas que me ocurrieron parece ser, que el tiempo se me hizo más corto.
Me ocurrió otra cosa que se me ha
venido a la memoria, a lo mejor a muchos os costará creer, pero pongo a Dios
por testigo que es tan cierto como que me tengo que morir. En mi casa escuchaba
el tic-tac de un reloj despertador, siempre de noche me seguía por donde quiera
que fuera. Me trajeron a casa de mi hermana Francisca para que el ATS que había entonces, que era José Marín
Gallardo, no tuviese que bajar a el Huerto del Rió de noche porque me
inyectaban penicilina cada seis horas por si había algún foco de infección, no
fue necesario pero esa medicina era nueva y se la ponían a uno para cualquier
cosa. El tic-tac lo escuché en Jerez donde pasé una noche en casa de una amiga
de mi madre porque al otro día tenía consulta temprano. Recuerdo que mi hermano
Curro fue una noche al cine, que por aquellas fechas lo había aquí en El
Bosque, y cuando regresó, era una noche de frío y mi madre había encendido el
brasero pero ya el rescoldo estaba apagado pero quedaba la ceniza caliente, mi
hermano metió los pies para después limpiárselos y acostarse escuchó el reloj
pegó un salto y se metió en la cama sin limpiárselos.
Nadie me ha descrito porqué esto
aconteció, si me anunciaba algo nunca llegué a saberlo pero fue real. Soy una
persona que no me ha gustado mentir y mucho menos la fantasía tampoco he sido
supersticioso, soy bastante creyente, hay cosas en tu mente que tienes
guardadas que cuando las recuerdas parece que las estas volviendo a vivir.
Antes había muchas fiestas eclesiásticas,
la religión se llevaba con mucha disciplina los maestros nos exigían ir a misa
todos los domingos y todos los días por la tarde al Rosario, como no fueras
tenías castigo seguro.
La primera vez que trajeron aquí la
virgen de Fátima, después de aparecerse a los tres pastorcillos en Portugal, sería
en el 1946 o 1948 más o menos, no recuerdo el año, lo que si me acuerdo que el
día antes cayó una nevada de las grandes, hacía un frío que pelaba. La virgen entró
por el lado de Ubrique, la esperamos un poco mas allá del chalet de Rogelia, en
esa rectita que hay. Los maestros nos pusieron a saltar y a correr para
calentarnos, por fin llegó y se la trajeron a la puerta de la iglesia. Venia en
un coche chico con cajón, como una camioneta con un toldo, así recorrió toda
España, después volvió un par de veces más.
La primera vez que aquí se celebró el
día de la virgen María Auxiliadora fue el quince de agosto por mediación de Doña
María Ramírez, madre de Diego Aragón, también tenía un hijo sacerdote, Don
Miguel. Ella lo promovió todo, la imagen de la virgen María Auxiliadora la
compró ella, la misma que tenemos. Vinieron los seminaristas del Seminario de
Málaga, todos con sus sotanas negras. Paraban en el Molino de Enmedio que era de
Diego, lo que entonces había en el molino era una cooperativa de panadería,
surtían a muchos pueblos de la redonda ya que tenían camiones.
Una tarde me dio mi madre un trozo de
manta para secarme después de bañarme porque íbamos a bañarnos a un charco que
se le decía el charco Tomás y estaban todos los seminaristas, unos jugando
otros sentados, era la hora de la siesta, yo que iba descalzo y con aquel trozo
de manta me dijo uno de ellos: “niño ven toma”, sacó un trozo de pan del
bolsillo y me lo dio, yo por apuro lo cogí pero cuando no me veían lo tiré, en
aquel momento no tenía hambre. Esta fiesta de la que hablo pasó después a
celebrarse tres días, era unas fiestas eclesiásticas y se convirtieron en folclóricas
en honor al veraneante.
El molino de Enmedio con esa
cooperativa se fue a la quiebra. Pusieron un hombre de guarda para que cuidara
de las maquinarias, herramientas, etc. Yo siempre visitaba mucho ese sitio porque
me gustaba ver las maquinarias, las poleas, todo andaba por mediación de un
salto de agua ya que eso era lo que hacía mover las poleas y las correas que
hacían las transmisiones, el olor a harina y muchas cosas más que anhelo porque
me recuerda mi niñez. Un día coincidí con el guarda, que era Curro Román que
después le decían Curro el municipal porque ejerció aquí en el pueblo de
municipal, estaba el hombre andando con un montón de trastos cuando veo una
escopeta chiquita, sería de nueve milímetros, y se me abrieron tanto los ojos
que no pude contenerme y le digo: “¡Curro por que no me la da usted!”, me
contestó: “si me traes diez duros te la llevas”. Me gustaba mucho la caza porque
en mi casa lo había vivido; mi hermano Manolo era un gran aficionado, pero los
diez duros fue imposible reunirlos, me quedé con las ganas.